Arístides, la música y la noche

Arístides, la música y la noche

Arístides, la música y la noche

José Mármol

A mí me será en lo adelante muy difícil aceptar que el día llegó a las 9 de la noche sin que en el 102.9 del dial, frecuencia modulada, se escuche la inconfundible voz de Arístides Incháustegui anunciando el inicio de su programa Música de los clásicos, único en el tiempo y el espacio.

Ha sido una de las más singulares experiencias didácticas y culturalmente profundas de un programa radial, llevado a cabo con la pasión y entrega que solo un gran intelectual, historiador y artista podía ser capaz de emprender.

A través de esta inconmensurable aula para la ilustración de los sentidos y deleite del espíritu, radioescuchas e internautas de todas las latitudes y diferentes estratos sociales y culturales se iniciaron y desarrollaron en la valoración y el conocimiento de los grandes compositores e intérpretes de la música clásica y el canto lírico universales como nunca antes se vio en la historia cultural y mediática de nuestro país.

De su esfuerzo en transmitir la esencia de este elevado arte de la música y la voz, entendido hace un tiempo como eminentemente culto, rayano en lo sacro y, por tanto, radicalmente divorciado de lo popular y del disfrute en las capas más amplias de la población, se llegó a la vasta difusión y celebración de los inmensos valores de lo clásico, la vida de sus protagonistas y la categorización de sus obras.

No fue casual que en su trayectoria como cantante lírico, en voz de tenor, Incháustegui se moviera con igual destreza entre óperas, oratorios y un considerable repertorio de canciones populares que lo colocaron en el centro de escenarios y emisiones radiales de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa.

A sus excepcionales cualidades artísticas se suma otra que me permitió conocerlo, junto a Blanca Delgado, más cercanamente, a saber, la de escritor.

Arístides Incháustegui se destacó también como articulista y como historiador e investigador, especialmente, del arte musical dominicano en diversas manifestaciones, de lo cual nos dejó un valiosísimo legado bibliográfico y de hemeroteca.

Como en todo espíritu genial, de acuerdo a la apreciación de León Tolstoi, Arístides Incháustegui fue un ser humano excepcionalmente humilde, una característica poco común en las personalidades artísticas, sobre todo, si el talento y la valoración del público las han encumbrado.

Siempre distinguí en él su cálida personalidad y su trato afable, rasgos propios del maestro abnegado que, antes que imponer un determinado saber, trata de compartirlo llanamente con los demás.

Si al definir a Franz Schubert y su música en dos palabras, para el filósofo Comte-Sponville estas habrían de ser sufrimiento y desgarro, en mi caso, para definir a Arístides Incháustegui en dos vocablos, entonces, escogería didáctica y pasión. Pulía detenidamente cada trabajo suyo a la manera del artesano que reconoce el carácter único e irrepetible en cada pieza que crea, con la tranquila convicción de que lo trascenderá.

Insisto, sin su voz marcando las 9 de la noche, para iniciar a través de la estación cultural Raíces su programa Música de los clásicos, que fue por más de dos décadas expresión íntegra de sí mismo, agotado como individuo y como artista en sus reflexiones musicológicas, estéticas e históricas más agudas, ya no podré entender el sentido de la noche, ya no podré perderme a pleno gusto en la música, su tiempo y su insondable misterio.

Emil Cioran, genio singularísimo del pensamiento y la escritura, admitió, sin embargo, que el sonido lo era todo y que solo la música lograba el absoluto. Su aforismo “Si alguien debe todo a Bach es sin duda Dios” lo confirma.



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