Árboles del desconsuelo

Árboles del desconsuelo

Árboles del desconsuelo

José Mármol

Acabo de visitar Managua, la capital de Nicaragua, que celebra el centenario de la muerte de Rubén Darío, el poeta de esa pequeña patria, que en su corazón y en sus versos él soñó grande.

Se llevó a cabo el IV Festival Internacional de Poesía de Managua. Los poetas, procedentes de Latinoamérica, el Caribe y Estados Unidos recordaron y loaron al artífice del verso y la prosa modernistas, que transformaron para siempre la dimensión estética de la lengua española y las posibilidades expresivas, así como el acento fónico y la plasticidad sensitiva del lenguaje poético universal.

Afiches alusivos al aeda y a su tiempo ornan la Plaza 22 de Agosto y la fuente con estatua, que impregnada de luz azul recuerda a Rubén, fallecido a los 49 años, sus cisnes vagos, sus ninfas y eunucos, su eterna lira de Pan en una barcarola.

Sin embargo, lo que llamó poderosamente mi atención fue descubrir en el paisaje urbano la imponente presencia de los oficialmente llamados “árboles de la vida”, que el pueblo denomina, con sarcástico acierto, “arbolatas”; es decir, árboles de lata o chatarra.

Algunos afirman que se trata de la interpretación megalómana y esotérica de Rosario Murillo, esposa del presidente Daniel Ortega, del árbol de la vida de las tradiciones asiria, egipcia, celta e hindú, mientras que otros sustentan que estos se refieren a una lectura mediocre, negadora de la vida, de la pintura de 1909, perteneciente al período dorado del artista austríaco Gustav Klimt, cuyas obras conoció el poeta en 1904, en el museo vienés de la Secesión.

El gobierno de Nicaragua habría invertido, desde 2013, cuando se inicia la siembra de estos arbolatas, hasta hoy, una suma de alrededor de 3.3 millones de dólares, a razón de unos 25 mil dólares por unidad, sin contar el consumo de energía diaria de los más de entre 15 mil y 17 mil bombillos de led de cada uno, para hacer estrambóticas ciertas zonas de la ciudad, como el Malecón (Xolotlán), Paseo Tiscapa, Paseo de los Estudiantes y la rotonda Metrocentro, entre otras, alcanzando las 134 ridículas expresiones mastodónticas del despilfarro del erario, aun cuando prevalecen los apagones en barrios capitalinos y ciudades del interior, es insuficiente el abasto básico en hospitales, precaria la educación de amplias capas de la población, deficiente el transporte público y creciente la pobreza en la nación.

Rubén Darío, un amante radical de la naturaleza, está hoy rodeado de estos obeliscos de hierro del mal gusto. En la hermosa ciudad de León se encuentra la casa en que vivió sus primeros 14 años, con su familia de acogida, el autor de “Azul” (1888), “Prosas profanas y otros poemas” (1896) y “Cantos de vida y esperanza”.

“Los cisnes y otros poemas” (1905). También se conserva, hoy convertida en hostal, la casa de unos amigos donde quiso morir el 6 de febrero de 1916.

Pero, mientras el gobierno nica promueve el sinsentido y el despilfarro sembrando Managua de arbolatas, la casa leonesa de la infancia y creatividad precoz del poeta, donde se conservan enseres suyos, manuscritos, libros y fotografías originales, se sostiene producto de la caridad de los amantes de la poesía que buscan en sus rincones la inmortalidad de Rubén.

Para mayor desatino, hasta León llegó un ejemplar de los absurdos arbolatas, que no son, siquiera sensitivos, y que al autor de “Los raros” (1896) le harían exclamar, con mayor ahínco todavía: “Veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de paisajes lejanos o imposibles: ¡qué queréis!, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer…”. Cosas veréis.



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