Con el mes de junio llega el final de año escolar, que debe ocurrir alrededor del día 15, días más, días menos. Y a pesar de que a los educadores de hoy día no les gusta estresar a los estudiantes, aunque no se diga, con el final de período llegan las pruebas para calibrar los niveles de aprendizaje y de enseñanza.

Los días finales del año lectivo llegan en medio de un extendido y profundo cuestionamiento de la calidad y la finalidad de la educación pública preuniversitaria dominicana, puesta en juicio desde el Ministerio del ramo —como decir del interior del proceso— y observadores externos.

Las aulas, de donde salen los resultados, se han quedado de nuevo sin una posición firme y autorizada sobre el punto puesto en juicio.

Los estudiantes no pueden hacerlo porque todavía en el nivel más elevado del ciclo preuniversitario muchos no han alcanzado la mayoría de edad, es decir, son adolescentes y entre las carencias que se les supone está la de ponderar y deliberar con acierto.

A los profesores, en cambio, no se les pueden atribuir estas carencias, y si es que las padecen no puede ser por causa de la edad.

Tienen una organización que los agrupa, y aunque todo ha cambiado en la economía, la política y la vida social dominicana, no han podido trocarla de instrumento de choque y defensa que fue al calor de la realidad de los años 70, al de organización al servicio de la educación.

Cuando esto ocurra la mejora de los resultados será palpable desde las aulas mismas con el encadenamiento de ponderaciones sobre la efectividad de la enseñanza, hasta concluir en un extendido proceso deliberativo del que no deberán estar ausentes los padres, tutores de sus hijos en todos los sentidos ante la sociedad.