El destacado cardiólogo y agudo ensayista Jochy Herrera me planteó en nuestro diálogo de diciembre último una cuestión trascendente, respecto de lo que, en un mundo cibernético y dominado por el medio digital, podría quedar como legado del cuerpo humano y su valor sintiente, amante y libertario.
Al responderle, cité un verso del gran poeta griego moderno Constantino Cavafis que reza: “recuerda cuerpo”.
Casi desaparecida la memoria, ahora estamos ante la amenaza de desaparición del cuerpo humano, porque presumiblemente, sus funciones algorítmicas, bioquímicas u orgánicas, podrían ser reemplazadas, por efecto de la ingeniería genética y la infotecnología, por funciones de algoritmos no orgánicos, derivados de la inteligencia artificial (IA).
Es algo así como que el hardware adánico y vitruviano sea sustituido por un software gatesiano o un videojuego sangriento.
Al desafiar el dictamen de la muerte el cuerpo, en tanto que maquinaria fisiológica con alma, quedaría relegado a una función fútil, irrelevante, prescindible, dando lugar a un cuerpo infinitamente restaurable, perfectible, que bien podría durar vivo mil años. Estamos compelidos a quedarnos sin cuerpo natural y sin memoria.
El verso de Cavafis sería, en consecuencia, un sinsentido. Pero, Spinoza nos deja un vestigio de aliento cuando dice: “nadie sabe acerca de lo que puede un cuerpo”. Tiembla un hálito de esperanza en esa sentencia.
Desde ahí podría rescatarse el cultivo de ese cuerpo que, sintiente y amante, como resaltas en varios capítulos de tu volumen de ensayos Estrictamente corpóreo (2018), devolvería valor y sentido a la existencia y la libertad.
El cuerpo es, dijo Foucault en el siglo XX, volumen en perpetuo derrumbamiento, una concreción del sujeto impregnada de historia. Se puede ver lo de cosa sólida que asumía Foucault en la estructura corpórea.
No podía presagiar los procesos de licuefacción y de virtualización que habitaban en la base germinal de aquella sociedad y de aquel cuerpo, que luego dieron con su estado líquido, incluso, gaseoso.
Si bien sigue siendo soporte para las enfermedades, la moda, el tatuaje, la sensualidad, la sexualidad, el castigo, no es menos cierto que el cuerpo ha cobrado una preeminencia en su dimensión virtual, a tal punto, que importa más la identificación biométrica que la biológica, por su utilidad en los mecanismos de vigilancia pospanóptica o digital.
Hay cibersexualidad y amor virtual.
Lo que interesa es un dato, antes que un cuerpo. No obstante, el cuerpo concreto es al mismo tiempo objeto de culto, y esa es una paradoja posmoderna. Destaca en la sociedad presente una actitud obsesiva, enfermiza hacia la modelación permanente de los volúmenes y líneas corporales, según los parámetros del mercado.
Esos sujetos son los feligreses de la catedral del fitness, que sumada a la otra catedral, el centro comercial, dan lugar a una nueva forma de esclavitud, la del consumismo delirante y del individuo como totem narcisista, solitario, deprimido, angustiado, con la autoestima en grado cero.
Para que el cuerpo retorne a ser amante, sintiente, reservorio de recuerdos, libre, inspirador y sabio habría que provocar en los jóvenes una nueva insurrección que les dirija hacia el redescubrimiento del valor de la corporeidad, de la subjetividad, del pensamiento crítico y de las facultades del espíritu como motor del amor, la pasión, la solidaridad, el compromiso y el sentido de pertenencia a una comunidad, que va más allá de la comunidad virtual, aquella que tiene rostro, sentimiento, historia y nombre humanos.
Esa insurrección podría alcanzar una nueva revolución, la de la responsabilidad ética y la racionalidad humana como fundamentos del futuro de la sociedad y la cultura.
Entonces, habríamos dignificado a Cavafis y a Spinoza, y habríamos salvado el cuerpo de sus amenazas.