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Activismo del mentir

Editorial El Dia

Vivimos tiempos en los que la verdad ha dejado de ser una premisa ética para convertirse, lamentablemente, en una herramienta moldeable al servicio de intereses particulares.

Y lo más preocupante es que esta manipulación no proviene únicamente de actores políticos, a quienes tradicionalmente se les ha señalado por el uso de la mentira como arma de propaganda, sino también de organizaciones sociales y grupos de presión que, bajo el manto del activismo, recurren a la exageración deliberada, la omisión maliciosa y la falsedad frontal para imponer su narrativa.

Hay causas justas que merecen apoyo, sí. Pero una causa deja de ser justa cuando para promoverla se acude a la distorsión de los hechos, a la manipulación emocional, o a campañas diseñadas para desacreditar, no para dialogar ni construir.

En muchos de estos casos, lo que vemos no es activismo legítimo, sino una forma de militancia ideológica radicalizada, que se asemeja más a los manuales de propaganda política de Joseph Goebbels en la Alemania nazi, aquello de repetir una mentira mil veces hasta que se convierta en verdad, que a una defensa honesta de derechos o valores.

Desde ciertas tribunas se miente de maner descarada. Se tergiversa incluyendo el uso de imágenes en contextos descontextualizado. Se promueven discursos alarmistas para generar odio, indignación o culpa, no reflexión.

Ese activismo pierde legitimidad cuando adopta las mismas prácticas que tanto ha condenado en políticos que convierten la desinformación en un método sistemático.
Se han convertido en aquello que tanto han criticado o quizás en algo peor.

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