Hasta hace poco, las actividades culturales estaban circunscritas a tertulias de intelectuales clásicos, activistas de la marginalidad, puestas en circulación de libros, artistas de la bohemia y actividades oficiales cada vez menos abundantes.

De un tiempo para acá el pequeño teatro, la plástica y la literatura contemporánea han estado atrayendo a los jóvenes denominados “millennials” (nacidos alrededor del cambio de milenio) y los de la generación que le sigue.

Sorprendentemente, los primeros en descubrir el fenómeno fueron las plazas comerciales, que han instalado pequeños teatros que acogen esas nuevas manifestaciones culturales de los jóvenes y adolescentes de esas generaciones.

Suelen ser jóvenes de clase media, universitarios con un fuerte compromiso social y con un gran desprecio por la actividad política que están observando.

El teatro, pero el de los pequeños escenarios, se ha ido convirtiendo en el centro de atracción de esos jóvenes y adolescentes. Hay quienes han empezado a dar pasos escribiendo obras que, por supuesto, describen la realidad que están viviendo o muestran el mundo como ellos los ven.

Se nota un gran activismo en esas pequeñas salas de teatro de las grandes plazas comerciales, en las que se presentan obras con fuerte sentido de autogestión o sustentadas por la solidaridad generacional.

El Estado, llamado a ser el principal promotor cultural, debe empezar a prestar atención a esas nuevas manifestaciones culturales.