No hay un solo Haití, contrario a lo que se piensa desde una visión cosmopolita. Hay varios Haití: algunos son invisibles y otros visibles.
Sin embargo, desde la República Dominicana se piensa que hay uno solo. Así pues, hay uno superficial y otro profundo.
Y aun desde el corazón de Haití es imperceptible el país, y cuesta conocer ese otro Haití, enclavado en Petion Ville, esa villa amurallada donde residen sus élites sociales.
El Haití real, el país más pobre del hemisferio, plagado de miseria, desigualdad social, y sumergido en la pobreza, contrasta con el país de insólito prestigio universal de su música, su pintura y su literatura.
Ese otro país nos da una lección del valor y peso de la cultura, pulida con el talento y la creatividad, en medio de la aridez social y las carencias materiales.
Haití, como ningún otro país, demuestra la potencia de la cultura sobre las demás manifestaciones del patrimonio tangible.
Fui a Haití esta semana para presentar en el Pen Club la Primera Antología de la Poesía Haitiana y Dominicana, titulada “Palabras de una isla” (2011), que hicimos junto al poeta haitiano Gahston Saint Fleure, auspiciada por nuestro Ministerio de Cultura, y lo hice vía terrestre para tener una visión real y desprejuiciada del vecino país.
Además, para desenmascarar cierta ideología nacionalista que tiene un peso histórico y que nos impide ver el presente y de ambos países. Vivimos de espaldas a Haití y de frente a New York o Puerto Rico.
Crecimos con miedo, y ese terror nos ha imposibilitado vernos a nosotros mismos para formarnos una idea de quiénes somos y quiénes son los haitianos, y esa sombra nos impide vernos frente a frente, sin que la memoria histórica nos obnubile, recíprocamente.
Si la geografía es la madre de la historia, no menos cierto es que la geografía es la historia del presente. Sin esta geografía no podemos imaginar el pasado histórico. Conocer a Haití para un dominicano es ver las diferencias hidrográficas y orográficas. Tenían razón los taínos cuando bautizaron la parte oeste de la isla como Haití o tierra alta. Región encrespada, similar a nuestro sur profundo, Haití es un misterio aún por conocer y un enigma para nosotros mismos.
La lengua y la religión han sido las rémoras morales y el azogue que nos impiden ver los rostros y los reflejos de las dos naciones.
Esta primera visita a Haití fue posible gracias a la coordinación del poeta norteamericano, de origen ceilandés, Indran Amirtanayagam, actual Ministro Consejero de la Embajada Americana en Haití, del Pen Club y de nuestra Embajada Dominicana en Haití, ocasión que aproveché para visitar al legendario poeta, escritor y pintor haitiano, Franketienne, a su casa-museo, cuya vasta obra pictórica ronda los seis mil cuadros -según nos dijo-.
Hablamos de su visita a nuestro Festival Internacional de Poesía de 2009, y le recordé que hice un curso de literatura haitiana con él, en la UASD, en 1994. Se emocionó.
Le recordé que cantó un aria al final del taller de tres días. Nos mostró su residencia de tres pisos, y nos contó que el terremoto le desplomó una parte. Al final le compré un cuadro.
Y se despidió en español con la sabia frase: “La vejez es un naufragio”. Se quejó mucho de su salud y de sus ochenta años, y nos garantizó que se morirá dentro de cuatros años, pues así lo tiene planeado.
Franketienne es un personaje adorable, albino, hijo de un anciano blanco americano y una adolescente negra haitiana, y esta historia la exhibe con orgullo y alegría.