Algo va mal

Algo va mal

Algo va mal

José Mármol

El destacado historiador inglés Tony Judt (1948-2010), autor de la monumental obra histórica titulada “Postguerra” (2006), entre otros relevantes títulos históricos sobre los avatares del siglo XX, publicó en el mismo año de su muerte, acaecida en Nueva York, un breve y conmovedor ensayo, que bajo el título de “Algo va mal” describe, entre otros desaciertos de la globalización y el capitalismo actual, la gravísima amenaza que para la estabilidad y la paz mundial constituyen el crecimiento económico con marcada desigualdad entre ricos y pobres, así como los efectos colaterales de la exclusión en todas sus manifestaciones, a saber, educación, salud, vivienda, oportunidad de trabajo, entre otros.

De hecho, llega a sustentar que sin la solución, o sin paliar seriamente, al menos, esa situación, tanto en las sociedades del primer como en las del tercer mundo, lo que entendemos como prosperidad no es más que algo ilusorio. Además, el inocultable proceso de corrupción de nuestros sentimientos morales, arreciado por la individualización rampante y la egolatría, ha llevado la sociedad actual a una suerte de veneración, más que admiración de las grandes riquezas, tanto de individuos o familias como de naciones.

Pero, el exprofesor de las universidades de Cambridge, Oxford, Berkeley y Nueva York advierte que una cosa es convivir con la desigualdad y sus patologías, mientras que otra muy distinta es “regodearse” en ellas.

Una señal muy clara de que algo va mal es el que asumamos que el crecimiento económico se traducirá, de forma natural y espontánea, en prosperidad generalizada y en reducción de la pobreza y marginación.

Es una desgracia que todos los indicios sugieran lo contrario, ya que, mientras que en períodos históricos de dificultades y escasez la redistribución es aceptada como algo necesario y posible, en tiempos de abundancia, en cambio, el crecimiento económico privilegia a una minoría, acentuando las desventajas relativas de la mayoría.

La mayor injusticia y desesperanza de ser pobre hoy día estriba en la condena a serlo de por vida, es decir, a no poder superar, salvo en escasa proporción de la población, la pobreza misma como sino.

Peor aun, que esta degenere en miseria o en lo que Bauman llama “precariado”, ese fenómeno de los desclasados propios de la exclusión económica y social global, y de los desplazados y refugiados por guerras, que no logra reemplazar la metamorfosis posmoderna del proletariado y el lumpen proletariado. El precariado desperdicia, desconcierta y envilece la vida de los sujetos marginados y desechados.

La tendencia a generar una brecha social cada vez más amplia lleva consigo un marcado déficit de democracia y libertad.

En cambio, la reducción de la desigualdad se traduce en mayor confianza de todos los individuos entre sí y en la sociedad y el Estado. Tony Judt sugiere que el punto de partida de toda crítica al mundo actual debe situarse en el cuestionamiento de la desigualdad.

“Si seguimos siendo groseramente desiguales –dice- perderemos todo sentido de fraternidad: y la fraternidad, pese a su fatuidad como objetivo político, es una condición necesaria de la propia política”.

Son numerosos los indicios de que aún aquellos que están bien colocados socialmente (los de arriba) experimentarían una mayor felicidad y seguridad si se redujera significativamente la brecha que los privilegia y separa de sus conciudadanos (los de abajo).

De ahí que aspectos como un propósito común y una racional dependencia mutua fueran, a lo largo y ancho de la historia, piedras angulares de la vida en sociedad. Deberíamos pensar y actuar seriamente en la dirección que conduzca a revertir la desigualdad y el egoísmo. Si no, ¿qué pasará?



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