Para nadie es un secreto que la emblemática expresión de “Yo tengo un Sueño”, proclamada en el 1963, por el líder de las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos, Martin Luther King, ha recorrido muchos y diversos escenarios universales.
Ha sido inspiración para la producción de novelas, películas, dramas, historias sentidas y múltiples discursos sociales, políticos y de liberación. Es por sí misma, una frase que obliga, que compromete y que promueve una visión distinta de la vida y para la vida.
¿Qué son los sueños? No quiero responder con el enfoque poético y novelado de Pedro Calderón de la Barca, cuando nos lleva y concluye en que en definitiva “los sueños, sueños son”.
Pretendo asirme al ámbito científico y partir de las posibles explicaciones que ofrece, por ejemplo, la revista Medical News Today, al fenómeno de los sueños: representan deseos y anhelos inconscientes.
Indica la publicación que los sueños interpretan señales aleatorias del cerebro y el cuerpo, consolidan y procesan la información que recopilamos durante el día y funcionan como una forma de psicoterapia.
La revista científica también comparte una definición que no parece alejarse del sentir que suele alojarse en el alma y la conciencia de alguien que exprese ansias y anhelos de bienestar colectivo.
Siendo así, comprendo a la perfección que alguien pueda soñar con tener hermosas propiedades, casas de campo, yates, joyas, voluminosas cuentas bancarias, acceso a lugares exclusivos, creados para élites sociales y cualquier otra preferencia de lujo y oropel.
O quizás, pequeñas cosas, probablemente, menos materiales y más sutiles; en fin, podríamos soñar lo que deseemos. Ese es un derecho muy difícil de conculcar, como lo es el del pensamiento.
Por tanto, me siento en libertad, por razones obvias, (y que me perdonen los que no coinciden con esto) de compartir algunos de mis sueños.
Vivir en una sociedad más equitativa, en la que sus ciudadanos sean personas, sin importar supuestos abolengos, procedencia económica o pertenencia política, social ni religiosa.
En una sociedad, en la que la gente sienta orgullo de ser, más que de tener, de dar, más que de pedir, de ayudar, más que de exigir, de enseñar, más que de denostar, de amar, más que de odiar, de sentir, más que de huir…y que nadie me diga que me vaya a otro lugar, porque aquí no lo podría conseguir. ¡Claro que sí, se puede!
Es un sueño posible que incluye la aspiración de que gobiernos, políticos o empresarios no tengan que resaltar como muestra de buena gestión la entrega millonaria de subsidios y, con ello, el aumento de los subsidiados.
Aspiro y propongo la política inversa, como parte del sueño, y que informemos la reducción de los subsidios y el aumento de las posibilidades de autogestión y cogestión de la gente.
Mientras tengamos que aumentar subsidios, asistencias y ayudas como realización, jamás, jamás y otra vez, jamás, podremos terminar con la pobreza.