Desde cuando se produjo el golpe de Estado en Honduras y la Organización de Estados Americanos (OEA) comenzó a dar tumbos con sus medidas tibias y erráticas, me puse mi traje de profeta y proclamé que eso iba para largo y que era un mal precedente para la vida institucional del continente.
Los hechos me han dado la razón. La OEA, que en 1965 se prestó para apoyar un golpe de Estado en la República Dominicana y pretender darle visos de legalidad a la invasión militar norteamericana en Santo Domingo, ahora no ha dicho ni ji, excepto una que otra declaración retórica que no ha servido para nada.
Los golpistas hondureños se han burlado del resto de los países americanos, incluyendo a los Estados Unidos. Y ahora se preparan para celebrar elecciones, sin importarles el hecho de que esos comicios podrían estar contaminados por la ilegalidad del régimen que las auspicia.
¿Qué pasará cuando de esas elecciones salga escogido un Presidente de la República? ¿Será éste legítimo o no? ¿Lo reconocerán los demás países americanos?
En Honduras había que actuar rápido a raíz del golpe de Estado, pero no fue así. Cabe aquí la frase: Aquellos polvos trajeron estos lodos
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