
Ser periodista conlleva tener empatía con los políticos o funcionarios cuando dicen locuras, ya que opinar a diario en prensa y televisión es imposible sin ocasionales meteduras de pata.
Mis inevitables disparates expresados durante casi medio siglo de periodismo los enmiendo y corrijo al percatarme del error.
La credibilidad se gana con lealtad al lector, que merece respeto como también cualquier afectado. Miente quien dice algo que sabe que no es cierto y porfiadamente insiste. Los embustes por tuñecos no llegan lejos.
Errar es distinto, pues no hay mala fe. He justificado antes el derecho a equivocarme o cambiar de idea ante mejores datos.
Distinto a los “comunicadores”, que están a dos por chele, un presidente asume una responsabilidad abismalmente mayor. Debe ser el ciudadano mejor informado del país.
Por eso es tan crucial que los jefes de Estado rehúyan rodearse de “yes men”, personas de débil carácter que no saben plantar un “no”, disentir respetuosamente ni prevenir inconveniencias o mitigar riesgos.
Las comparaciones son odiosas, pero el actual gabinete todavía dista de anteriores en muchos aspectos. El criticable desánimo selectivo del Ministerio Público puede que los iguale como todos inocentes o irresponsables.
Tras equivocarme en 2020 al oponerme al PRM he defendido la integridad y decencia de Luis. Ahora, el asedio es fuerte.
Me alegró que Abinader dijera que tiene amigos, pero no cómplices. Luce que si todos sus funcionarios y amigos son igualmente honestos, los dominicanos estamos ante un milagro de proporciones bíblicas.
Un san Antonio a tiempo y oír a quienes le dicen al presidente lo que no quiere escuchar es saludable para cualquier gobernante y el país. Llevarse de “yes men” no.