Siempre que se acerca un fin de año y el comienzo de otro, muchos de nosotros hacemos un inventario de lo que hemos realizado en el pasado y una lista de propósitos para ponerlos en práctica desde el mismísimo 1 de enero.
Si usted está indeciso y no sabe qué prometerse a sí mismo, propóngase asumir la sabiduría de aquel señor que cada mañana, al despertarse, elegía qué clase de día iba a tener. Si el día estaba lluvioso, por ejemplo, podía elegir entre quejarse por la lluvia o dar gracias a Dios porque las plantas estaban siendo regadas gratuitamente.
Si el caso era que no tenía dinero, podía sentirse triste o podía estar contento de que sus pobres finanzas le obligaran a planear sus compras con inteligencia.
Podía quejarse de su salud o podía regocijarse de estar vivo. Tenía la oportunidad de lamentarse de todo lo que sus padres no le dieron mientras estaba creciendo o de sentirse agradecido porque le permitieron haber nacido.
Otro día cualquiera podía llorar porque las rosas tienen espinas o podía celebrar que las espinas tienen rosas.
Podía autocompadecerse por no tener muchos amigos o emocionarse y embarcarse en la aventura de descubrir nuevas relaciones.
Podía quejarse porque tenía que ir a trabajar o podía gritar de alegría porque tenía un trabajo que hacer. Quejarse porque tenía que ir a la escuela o la universidad, o abrir su mente y llenarla con nuevos y ricos conocimientos.
Cada día se presentaba ante este señor muy sabio, esperando a que él le diera forma. Lo que sucedía cada día, dependía de él, porque él siempre escogía qué tipo de día iba a tener.
¿Y usted? ¿Ya decidió qué tipo de días va a tener el año que viene?