Había una vez un señor muy sabio que cada mañana, al despertarse, elegía qué clase de día iba a tener. Si el día estaba lluvioso, por ejemplo, podía elegir entre quejarse por la lluvia o dar gracias a Dios porque sus plantas estaban siendo regadas gratuitamente.
Si el caso era que no tenía dinero, podía sentirse triste o podía estar contento de que sus pobres finanzas le obligaran a planear sus compras con inteligencia.
Podía quejarse de su salud o podía regocijarse de estar vivo. Tenía la oportunidad de lamentarse de todo lo que sus padres no le dieron mientras estaba creciendo o de sentirse agradecido porque le permitieron haber nacido.
Otro día cualquiera podía llorar porque las rosas tienen espinas o podía celebrar que las espinas tienen rosas.
Podía autocompadecerse por no tener muchos amigos o emocionarse y embarcarse en la aventura de descubrir nuevas relaciones.
Podía quejarse porque tenía que ir a trabajar o podía gritar de alegría porque tenía un trabajo que hacer. Llorar por no tener un amor al cual abrazar, o simplemente pensar que en algún sitio había alguien que esperaba por él
Podía quejarse porque tenía que ir a la escuela o a la universidad, o podía abrir su mente enérgicamente y llenarla con nuevos y ricos conocimientos.
Cada día se presentaba ante este señor muy sabio, esperando a que él le diera forma. Lo que sucedía cada día, dependía de él, porque él siempre escogía qué tipo de día iba a tener.
¿Y tú? ¿Ya decidiste qué tipo de día vas a tener hoy?