Muchos en las últimas generaciones de dominicanos seguidores del béisbol sabrán sobre Willie Mays no mucho más que la anécdota tantas veces contada por Juan Marichal de aquél mítico partido de jornada completa que le ganó 1-0 a Warren Spahn con cuadrangular del “Say Hey Kid” en la entrada 16.
“Voy a ganar este juego para ti”, prometió y cumplió a Marichal el 2 de julio de 1963 en Candlestick Park de San Francisco, para dejar en el campo a los Bravos de Milwaukee. Es solo una de tantas cosas increíbles hechas y narradas sobre Mays, que fallecido el martes 18 de junio con 93 años.
70 años después, aún se asume como el más espectacular de la historia, su exuberante engarce de la pelota bateada por el zurdo de Cleveland Vic Wertz en el primer juego de la Serie Mundial de 1954, etiquetado como “The Catch” (la atrapada). Carrera espaldas al plato a la profundidad del Polo Grounds de NY (por donde medía 483 pies), con el juego igualado a seis, aún arroja interrogantes.
¿Cómo fue que Mays rastreó la pelota con la claridad necesaria para calcular de manera perfecta la trayectoria por encima de su hombro hasta el guante? ¿Cómo tuvo la lucidez para recordar que detener a los corredores era crucial o la capacidad para hacer una pirueta y realizar un tiro potente a segunda base? Tales inquietudes recién las hizo Kurt Streeter en The New York Times, quien anexó lo escrito por el periodista Arnold Hano en el resumen de aquel partido: “Este fue el lanzamiento de un gigante. El tiro de un cañón hecho humano”.
El “jugador perfecto en el béisbol”. Así lo consideraron por la combinación de cualidades: velocidad, poder, bateo de promedio, gran defensa y fuerte brazo. Aseguran que nadie como él jugó al béisbol de manera tan alegre y ayudado porque no ofrecía declaraciones políticas o raciales, fue adorado por todos. Tal cúmulo de atributos explica por qué San Francisco dominó la asistencia de los estadios que visitó en ocho de los diez años de la década de 1960.
Mays disparó 660 jonrones y aseguran que el fuerte viento que soplaba en el Candlestick Park desde el jardín izquierdo le impidió al menos otros 100, desde que los Gigantes se mudaron de Nueva York a San Francisco en 1958. Fue ese año que se comenzó a otorgar los Guantes de oro. Él obtuvo 12 en los 14 años que actuó en la ciudad californiana, hasta ser cambiado en 1972 a New York Mets.
Fue nombrado dos veces el Más Valioso de la Liga Nacional (1954 y 1965), pero algunos expertos aseguran que, de no haber sido por la necesidad de repartir el premio entre más jugadores, podría haber sido el JMV otras siete veces.
Disputó 23 temporadas, logró 3,293 imparables, bateó .301 (promedio que asombra para un bate con tanto poder), remolcó 1,909 carreras, anotó 2,068, robó 339 bases. Fue líder de la LN cuatro veces en jonrones (dos con 50), cuatro de robos, tres de triples, dos en anotadas y OBP y cinco en slugging. Se perdió media temporada de 1952 y toda la de 1953 por el servicio militar en la Guerra de Corea y asistió a 24 Juegos de Estrellas.
Willie Mays tuvo un declive penoso, con dolores en las rodillas. Narran que tuvo problemas en el plato, tropiezos y caídas en las bases, pérdida de batazos que serían fáciles en gran parte de su carrera.
Refiere Streeter en TNYT que, en el segundo juego de la Serie Mundial de 1973 con los Mets en Oakland, con 42 años, Mays entró como corredor por Rosty Staub. Primero se cayó rodeando la segunda base, luego cometió un error en los jardines al correr para atrapar una línea y se volvió a caer. En el noveno cometió un torpe error en fildeo para que el juego se igualara a seis, pero pocos recuerdan que fue el héroe de ese partido al conectar un hit que pasó por los pies del lanzador de los Atléticos Rollie Fingers. Fue el último imparable de su carrera.
“Sentado en el palco de prensa de Oakland, Red Smtih escribía su columna para The New York Times”, refiere Streeter sobre ese lejano juego. “Nunca habrá otro como él”, escribió Smith (sobre Mays). “Nunca en este mundo”. “Y nunca lo habrá”, sentencia Streeter.