La democracia no se limita a las urnas. En sentido lato, la democracia es un proceso permanente que otorga a los ciudadanos el derecho a hacer valer sus opiniones con la expectativa de ser escuchados.
Pero conviene recordar que en la democracia representativa los ciudadanos confían el gobierno a un grupo de ellos.
Y que esta delegación requiere ejercer el voto cuando se convocan elecciones.
Este sistema tiene ventajas y desventajas. Por ejemplo, el gobierno de una nación es tarea que consume mucho tiempo. Aunque teóricamente es la más equitativa de todas las formas de gobierno, lo que sería una de sus ventajas, las democracias directas puras tienden a favorecer a aquellos cuyos recursos les permiten dedicarse a gobernar de manera casi exclusiva.
De sus desventajas, la más evidente es que pierde legitimidad muy rápidamente cuando los ciudadanos detectan una desconexión entre sus intereses y la actuación de los representantes.
Al respecto se han vertido ríos de tinta, y falta aún mucha más. Pero no se trata de un problema sólo teórico, también es práctico. Si no hay confianza en las instituciones públicas, comienza a diluirse el acuerdo social que mantiene unida la comunidad.
¿Qué hacer, pues, en un momento como el actual, en el que la confianza en el sistema democrático de los dominicanos se tambalea? Por contradictorio que parezca, votar es parte de la solución.
Acudir a las urnas es un acto cívico con el cual contribuiremos a definir quiénes nos representan y, al mismo tiempo, les recordaremos que la ciudadanía está atenta y usará todos los mecanismos de participación disponibles.
Para los ciudadanos que quieren vivir en democracia, rendirse no es una opción. Parte del precio de la democracia es su cuidado constante, aunque sintamos que nos falla.
Abstenerse de participar es dejar el campo abierto para que florezcan los vicios que nos preocupan. Votemos.