Todo poema es un hecho concreto de lengua, ya sea esta oral (habla) o escrita. El poema es un acto específico de enunciación.
Hay un sujeto creador que articula un objeto más o menos concreto, más o menos abstracto, vale decir, fundamentalmente simbólico, que es la lengua.
A la lengua le es propia una paradoja, una suerte de contradictoriedad. Este fenómeno puede formularse de la siguiente forma: la estructura lógico-sistémica o racional de la lengua es la que, al mismo tiempo, hace posible la ilogicidad, el absurdo y misterio del poema.
En este hecho quedan entroncadas la raíz mitopoética del lenguaje y su posterior paradigma racional-científico.
Mediante este aserto, el poema es a la vez un orbe mágico y un orbe racional: un caos en el que tienen lugar, como establece Baumgarten, un orden y un método.
Por la lengua, y por ninguna otra cosa, tienen lugar en el poema tanto su fundamentación de carácter lúdico, mistagógico y asombroso, como también las aproximaciones de naturaleza estética, lingüística y gnoseológica. En consecuencia, el poema puede ser visto como una red o ensamblaje que articula, de manera aleatoria, la certeza y el misterio, lo argumental y lo inefable, lo referencial y lo vacío.
La técnica, por su parte, y en función de su acepción más remota y filológicamente pertinente, es un artificio. A la técnica le es inherente la función teleológica de desocultar, de revelar o desvelar algo.
En esa función desocultante, desveladora ha visto Martin Heidegger la esencia paradojal de la técnica misma.
Es decir, su potencialidad polarizada entre la libertad y el peligro, lo cual hace a la técnica liberadora y peligrosa a la vez.
En el caso específico del poema, este puede ser visto como un artefacto técnico. Sin embargo, él solo evoca la presencia del sujeto que lo ha creado (escrito o dicho) y su fundamentación como algo existente (en comunión con quien ejecuta el acto de lectura) va a depender de su artífice, del ser hablante-pensante que articula una lengua.
En definitiva, el poema es un hecho de lengua y en él se anudan la libertad y la dependencia prodigadas por el recurso de la técnica. De cómo se maneje el artífice, el sujeto que escribe o dice el poema empleando la técnica dependerá la función liberadora o peligrosa, subyugante, de la técnica en su oficio escritural.
La cuestión habría que platearla del siguiente modo: ¿libera o reprime al poeta el empleo de la técnica en el proceso creativo?
Luce paradójica la expresión técnica poética, puesto que muy a pesar de que en el proceso de génesis del poema media cierta noción de técnica, no es menos cierto que el poema trasciende el orden teleológico y racional que tipifica el proceder técnico.
No hay que creer, por esto, que en la génesis y posterior desarrollo del poema impere imbatiblemente lo prerreflexivo, como por ejemplo ha sugerido Jacques Gerelli.
Es que el poema es expresión de un solo a dos voces -la de la palabra y la del pensamiento-, que son, al fin y al cabo, una y la misma cosa.
Después de las revolucionarias obras de creadores como Darío, Apollinaire, Vallejo o Rimbaud, Moreno, Gatón Arce o Rueda nadie con buen juicio se espantaría al escuchar la afirmación de que la métrica y figuras -no de, sino con palabras- no son hoy día más que meros accesorios de la escritura poética.
Son superfluos artilugios. La idea de técnica ligada al quehacer escritural contemporáneo tiene, sin duda, otra connotación.
A épocas distintas, distintas poéticas, dadas las diferencias relativas entre unos y otros estadios de la lengua.