La presencia en el país de personalidades extranjeras suele producir una extraña sensación de que somos muy importantes. Y talvez sea verdad. Trátese de deportistas destacados, de artistas famosos, de intelectuales de renombre o de políticos influyentes, la opinión pública se concentra en ellos y, como dice el refrán popular, no les pierde ni pié ni pisá.
En nuestro caso, la República Dominicana ha sido durante las últimas semanas el escenario en que se han movido importantes figuras internacionales, incluidos varios Presidentes y jefes de Estado, para citar tan solo los pertenecientes al ámbito político. En efecto, por aquí han pasado Preval, de Haití; Zelaya, de Honduras; Correa, de Ecuador, varios Primeros Ministros de naciones amigas y funcionarios del más alto nivel de las cimeras organizaciones internacionales como la Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y tantas otras.
Hay que admitir que los acontecimientos que ocurren cada día son a veces incontrolables y obligan a la gente y a las naciones a cambiar la agenda, en ocasiones contra la propia voluntad. Pero nosotros, los dominicanos, aunque sin descuidar nuestro rol en los sucesos que atañen a la región que nos toca, no podemos olvidar ni descuidar nuestras prioridades.
Tenemos que retomar, por ejemplo, el tema del narcotráfico, que se encuentra aparentemente en un punto muerto después que las autoridades judiciales le habían impreso un dinamismo digno de encomio. Del mismo modo, estamos en el deber de estudiar, debatir y analizar la nueva Constitución, que nos impone un marco jurídico diferente al acostumbrado.
Nuestras prioridades son muchas, pero me conformo con estas dos. Después veremos qué hacemos con la corrupción, la educación, la salud y los demás problemitas que nos esperan,