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Vivir en alerta: una forma de vida

Vivir con miedo no es sólo una experiencia emocional. La ciencia ha demostrado que es un estado biológico sostenido que afecta el cerebro, el cuerpo y la forma en que las personas se relacionan con el mundo.

El miedo activa un sistema de supervivencia diseñado para responder ante un peligro real e inmediato. Sin embargo, cuando ese sistema permanece encendido durante largos períodos, como ocurre en contextos de violencia, persecución, inseguridad o amenaza constante, se convierte en estrés crónico.

Y ahí comienzan los daños. Estudios en neurociencia y salud mental muestran que el miedo prolongado altera áreas clave del cerebro, como la amígdala y la corteza prefrontal, afectando la toma de decisiones, la regulación emocional y la memoria.

A nivel físico, se asocia con trastornos del sueño, debilitamiento del sistema inmunológico, enfermedades cardiovasculares e inflamación persistente.

Este fenómeno es especialmente visible en poblaciones expuestas a traumas repetidos, como muchas familias inmigrantes. Personas que huyeron de situaciones extremas en sus países de origen y que, lejos de encontrar seguridad, viven bajo nuevas amenazas que reactivan el miedo.

En los niños, estas condiciones se traducen en dificultades escolares, ansiedad, retraimiento y una sensación constante de inseguridad.

La ciencia también ha comenzado a estudiar cómo el trauma no tratado puede tener efectos que trascienden a la persona que lo vivió. A través de mecanismos biológicos y sociales, el miedo puede transmitirse dentro de las familias, influyendo en generaciones posteriores.

Desde una mirada sistémica, como la que proponen las constelaciones familiares, esto se entiende como la repetición de experiencias no resueltas dentro de los sistemas familiares.

Lo que no se nombra, se manifiesta. Comprender el miedo desde la ciencia no busca justificarlo, sino prevenir sus consecuencias.

Atenderlo a tiempo es una forma de cuidar la salud individual, familiar y social. Porque cuando el miedo se normaliza, deja de proteger y comienza a destruir.

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