Vitalismo sincrético de Wifredo Lam
La gran “boutade” la provocó la desmedida arrogancia del gran genio español Pablo Picasso. Dijo de Wifredo Lam (Cuba, 1902-París, 1982), quien debió abandonar el bando republicano español, al recibir sus primeros trabajos en París, en 1938, que el artista podía emplear esas iconografías porque “Está en su derecho, ¡es negro!”.
Trabada la amistad entre ambos, a la que en 1939 se suma la de André Bretón, Picasso se convierte en tutor de Lam, a quien el cubano considera uno de sus maestros.
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Con el cubismo de Picasso y Gris, las lecciones aprendidas de los clásicos europeos en el Museo del Prado, las influencias de Matisse, Gauguin y los expresionistas alemanes, en términos de códigos y lenguaje plástico de la modernidad; más, la influencia de André Breton, Benjamin Péret y el surrealismo, para romper los diques de toda forma de imaginación pictórica y discurso lineal establecidos, sin descontar la cercanía con Lévi-Strauss y Masson, a lo que se sumarían, a partir de su retorno a Cuba en 1941, influencias, por redescubrimiento o rencuentro, del mestizaje cultural afroantillano, la relación con Aimé Césaire y los reclamos ideológicos de la negritud, los preceptos antropológico-sociales y el imaginario de Fernando Ortiz y su noción de “transculturación”, Lydia Cabrera y sus investigaciones sobre religiosidad popular y santería, Lezama Lima, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier y su “realismo mágico”, y Virgilio Piñera, en términos de asimilación de nuevos recursos narrativos y visión neohumanística de la realidad socio-cultural, económica y política del tercer mundo colonizado, incluyendo, por supuesto, el continente africano, Wifredo Lam configura las bases de lo que la crítica posterior denominará “vitalismo sincrético” (Kobena Mercer), como fundamento de su transformadora y singular expresión artística.
De modo que el cubismo y el surrealismo tardíos, asimilados en su exilio en España y Francia, ambas en guerra, más la conciencia étnica y una visión revolucionaria acentuadas con su retorno “al país natal”, para usar la expresión poética de Césaire, son los elementos clave de la síntesis discursiva que permite a Lam crear un mundo visual arraigado en la flora tropical y en figuras antropomórficas vinculadas a la mitología popular cubana, así como a las máscaras africanas precedentes y la explotación económica y exclusión racial del ser humano afroantillano.
“Lo que veía a mi regreso parecía el infierno (…) Deseaba con todas mis fuerzas –confiesa el artista- pintar el drama de mi país, pero expresando a fondo el espíritu de los negros, la belleza de la plásticas de los negros. De este modo yo quería ser un caballo de Troya del cual surgirían figuras alucinantes, capaces de sorprender, de turbar los sueños de los explotadores”.
Ese animal troyano sorprendió, con la fuerza de su lenguaje visual, al mundo entero. Se trata, pues, de un “vitalismo sincrético” que responde más, en su génesis estética, a la relación entre la violencia social vivida en España y Francia, y la creación híbrida y transformadora de un lenguaje plástico de la modernidad, que a la riqueza misma de la religiosidad popular afroantillana.
El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en colaboración con el Centre Pompidou, Musée national d´art moderne de París y la Tate Gallery de Londres, con aportes, desde República Dominicana, de Betty e Isaac Rudman, y el préstamo de la obra “La jungla” (1943) por parte del Museum of Modern Art de Nueva York han hecho posible que Madrid muestre, desde el 6 de abril pasado hasta el 15 de agosto próximo, a un vastísimo Wifredo Lam, con más de 200 obras, piezas en cerámica y documentos fotográficos y periodísticos. ¡Hay que vivirlo!
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