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“Vísteme despacio…”

En la vorágine de la vida moderna, la prisa se ha convertido en virtud. Se corre para decidir, para legislar, para consumir, para vivir y se olvida que, a veces, la serenidad, la espera, la quietud son más significativas para el avance que la prisa alocada, desmedida, sin control.

La expresión “la mejor forma de avanzar es deteniéndose”, o dicho en más dominicano: “vísteme despacio que voy de prisa”, cobra especial relevancia en un contexto donde las decisiones públicas y privadas se toman con una velocidad que no siempre permite la reflexión.

En el ámbito gubernamental, la urgencia por mostrar resultados puede llevar a implementar políticas sin estudios de impacto, sin diálogo social, sin considerar las realidades que envuelven el entorno.

En ocasiones, el aceleramiento se manifiesta de una manera tal que hasta se inauguran obras antes de terminar, se promete sin planificar, se decide sin la información, por lo cual, no ha sido extraño ver proyectos que nacen con muchos bombos y platillos, pero mueren en el olvido por falta de sostenibilidad.

La prisa institucional no solo erosiona la calidad de las decisiones, sino también la confianza ciudadana.
En lo personal, la cultura del “todo ahora” puede empujar a tomar decisiones sin pausa: cambiar de trabajo, terminar relaciones, mudarse, emprender, gastar más de lo posible, prácticas qu probablemente se estarían haciendo sin que medie ninguna convicción o conciencia de que sea necesario.

La inmediatez se ha vuelto una exigencia emocional, y eso trae como consecuencias, entre otras cosas, ansiedad, frustración, arrepentimiento.

Detenerse no es debilidad. Es madurez. Es reconocer que el tiempo también es parte del proceso.
En estos tiempos, se vive bajo la ilusión de que todo lo que se pretende en la vida, como manifestación social, éxito, amor, dinero, reconocimiento, debe obtenerse con prisa y se olvida que lo profundo no se construye en velocidad, que la convivencia, la paz, la educación, la justicia, la conciencia requieren tiempo, diálogo y paciencia.

Quizás el mayor acto de resistencia hoy sea pensar antes de actuar; escuchar antes de responder: planificar antes de ejecutar, porque, y se ha demostrado, en la pausa hay sabiduría, hay humanidad, hay futuro.

“Vísteme despacio que voy de prisa” no es solo una expresión del refranero popular, es una filosofía de vida que invita a recuperar el valor del tiempo, de la reflexión, de la profundidad. En lo público y en lo privado, en lo cotidiano y en lo trascendente.

En una sociedad más justa y consciente, el tiempo no se ve como enemigo, sino como aliado. Detenerse no es retroceder, es mirar con claridad. Es permitir que las decisiones públicas se nutran de diálogo, que las políticas se construyan con base en evidencia, que las acciones privadas se alineen con valores profundos.

La prisa puede ser útil, pero no debe ser norma, porque cuando todo se hace corriendo, lo primero que se pierde es el sentido de las cosas y del entorno.

Así, vísteme despacio que voy de prisa no es sólo una frase popular sino, además, una invitación a construir desde la pausa, a transformar desde la reflexión, a avanzar sin atropellar. “Sin pausa, pero sin prisa”, es una forma inteligente y efectiva para alcanzar objetivos.

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