
La política tropical da tantas vueltas como la inglesa, que vio a Churchill cambiar de distrito más de una vez con tal de no perder su escaño. Recientemente, el más brillante economista dominicano elogió la inteligencia de Leonel tras este disertar en Nueva York.
Concurro con ese juicio sobre la erudición del expresidente y el balance positivo de sus tres períodos; lo comenté entre contertulios. ¡Zafa!, fue lo menos que dijeron… Contrastaron su apoyo a Chávez y Maduro con la defensa de Luis de la democracia venezolana, por no citar otros ejemplos. Como si fuese un focus group, un relator concluyó en latín: intelligentia sine honestate flagellum est.
El severo juicio, corriente anónimamente desde tiempos romanos y apropiado por Bolívar, me hizo meditar sobre ambos necesarios atributos -inteligencia y honestidad- para presidir este país pequeño lleno de enormes problemas.
La sapiencia y la inteligencia, sin brújula moral ni criterio ético, llevan a toda clase de corrupciones y daños sociales. La virtud, o rectitud del carácter que propende a actuar correctamente, etimológicamente está enraizada en el vigor o reciedumbre necesarias para gobernar pueblos o dirigir ejércitos. Los romanos y el Libertador acertaron al juzgar que un habilidoso deshonesto es un peligro político. Sin fundamentos morales y éticos, mucha inteligencia es terrible. Hemos tenido gobernantes sabios pero estigmatizados como brutos.
En otro extremo Balaguer, genial y amoral. La inteligencia se pulimenta con aprendizaje académico y pensamiento lógico mientras la sabiduría depende de vividuras y experiencia más que teorías de aula. Raras veces coexisten en una misma persona.
En las actuales circunstancias, los dominicanos somos afortunados de tener a un presidente inteligente y admirado internacionalmente. Ante los escándalos de corrupción y el acoso mediático de la oposición, podrá demostrar además cuan honesto es y su compromiso con la virtud, como valor superior a la viveza.