Nuestra sociedad se ha convertido, lamentablemente, en un catálogo de apelativos peyorativos de malas cualidades.
Y lo peor es que nos estamos acostumbrando a ello y sin darnos cuenta lo aceptamos como si fuera lo más natural del mundo.
Ya no se trata solamente de la tan mencionada corrupción administrativa a gran escala, tanto a nivel público como privado, que diezma a la economía nacional para beneficio de unos pocos favorecidos que se arropan con el manto de la impunidad.
El deterioro de la salud moral y ética se va apoderando de todos nosotros cada vez con mayor intensidad y es así como vamos cayendo, uno por uno, en sus maléficas redes.
Al empezar a escribir estas líneas rebusqué en mi mente alguna palabra que reflejara mi triste estado de ánimo ante la penosa realidad que comento, y con la ayuda del Diccionario, he tropezado, no con una, sino con demasiados términos que vienen a ser perfectamente aplicables a la sociedad dominicana de hoy día: engaño, trampa, maquinación, timo, estafa, dolo, fullería, farsa, fingimiento, ocultación, mentira, treta, artimaña, argucia, añagaza
Me veo a mí mismo y no me creo. Porque siempre he alardeado de ser un optimista a ultranza, uno de esos que nunca se dan por vencidos ante la adversidad y creen de corazón que siempre hay que hacer un esfuerzo más para salir airoso de cualquier situación.
Pero la verdad es que estamos en picada y solamente podemos salvarnos si tomamos conciencia, todos, del grave problema que estamos propiciando.
Por encima de toda diferencia que nos separe, sea política, económica, religiosa, racial o de cualquier otra índole, lo único que nos salvará será la toma de conciencia de nuestra realidad y el trabajo mancomunado en una sola dirección que nos ha de conducir a una mejor forma de vivir, con apego a la ética y a la moral social.