
El objetivo de la vida, aquello que resume la razón de nuestra existencia, que impulsa nuestras acciones, se resume en una palabra: felicidad. El propósito del ser humano es ser feliz.
Pero es importante diferenciar entre felicidad y placer. Confundirlas causa grandes traumas. Por ejemplo, una amante da placer, pero no felicidad, una buena esposa aporta a la felicidad (y también da placer). Sin embargo, hay quienes por andar de amante en amante nunca disfrutan la felicidad que da el amor verdadero.
Tener una casa lujosa puede producir placer, pero sólo un hogar da felicidad. Pero hay quien sacrifica el tiempo de calidad con su familia para costear la mansión en la que viven.
A lo largo de nuestra vida se nos enseñan muchas cosas, pero poco se nos enseña de la felicidad.
Es así como se nos forma para tener “un buen trabajo”, y, aun logrando eso, no somos felices, pues tenemos un buen salario, pero lo que hacemos no es lo que nos hace felices.
Se nos señala que la felicidad es tener, y aun teniendo mucho, no somos felices. Tampoco nos hace felices el solo hecho de ser famosos o “importantes”.
Así muchas personas, quizás en un porcentaje alarmante, pasan por el mundo sin alcanzar a sentirse plenos.
La vida, como la conocemos, es una. Estar vivos es por sí solo un milagro. Casi nunca nos detenemos a pensar en lo afortunados que somos de existir, en dar gracias por el hecho de vivir.
Podemos tener deudas, sufrir tragedias, experimentar desilusiones, pero eso no puede dejarnos ver lo dichosos que somos. Asumamos el reto de ser felices, para eso estamos aquí.