Lo mataron como a un perro. Ese sinvergüenza no es más que un perro. De esa perra no podía esperarse otra cosa.
Son expresiones comunes cuando alguien quiere referirse a un ser despreciable. Del mismo modo que llevar una vida de perros significa, dicho en otras palabras, estar pasando el Niágara en patineta.
Pero si nos ponemos a ver, no siempre la vida de perros es peor que la de mucha, muchísima gente alrededor del mundo.
La comida para perros, por ejemplo, elaborada y mercadeada bajo los mismos estándares de cualquier platillo gourmet para humanos, viene a ser un lujo para aquellos que despiertan cada día con el estómago vacío y sin saber si hallarán qué comer en la jornada que comienza.
Por otra parte, con frecuencia tropezamos con la noticia de uno que otro millonario excéntrico que al morir deja toda su fortuna en un testamento a favor de su mascota canina, y nada para sus desconsolados parientes.
Conozco casos de personas que comienzan por adoptar un perrito como compañero de vida, y que poco a poco se van convirtiendo en esclavos del susodicho animalito, al extremo de que no pueden dar un paso sin tener que llevarlo consigo.
Existen salones de belleza para perros y hoteles para dejarlos temporalmente cuando los dueños se van de viaje.
En cuanto al trato cariñoso que reciben de sus dueños estas mascotas, ¡cuántas personas no envidian a esos perros que son acariciados constantemente en forma más amorosa que la que se le brinda al propio esposo o a la esposa, según el caso!
Titán, Happy, León, Bobby, Mafalda, o como se llamen aquellos perros que han superado la condición de realengos, saben bien lo que están haciendo para ganarse el título de mejor amigo del hombre. ¿Vida de perros? Ja, ja, ja. Digamos mejor: vida de príncipes.