La sede de Vimenca se levanta donde un día un temporal impidió la venta de billetes y quinielas y esa semana se quedó mojado el premio mayor. NICOLÁS MONEGRO.
Santo Domingo.-Víctor Méndez Capellán es un hombre de 94 años. Debe de ser el de más edad entre los que lograron guiar sus emprendimientos o negocios familiares a través del complicado período iniciado con la década de 1961 y cerrado unos doce años después.
Todavía, con más de 60 años de haber iniciado las actividades económicas de las que ha derivado un nombre conocido y un perfil personal de referencia, dice que participa de las decisiones críticas en los negocios familiares.
¿De dónde partieron las ideas de este hombre para llevar adelante varios emprendimientos a la vez? A cada rato, en medio de la conversación con los periodistas reunidos en su casa, daba gracias a Dios por el ascenso en el plano económico, a pesar de haber salido del tramo más bajo en la escalera social dominicana, compuesta en el año 1928, cuando nació Víctor Méndez Capellán, de la pobreza campesina, predominante en todo el país. Pero a esta condición debemos agregar la orfandad, que en su caso lo alcanzó a los 7 años.
La miseria
Un merengue de los días de Trujillo, La Miseria, de Félix López, dice en sus primeros versos: Yo le dije a mi sobrino aquí/ no te vayas na de tu país/ que la cosa no está buena allá/ la miseria está acabando.
Pero según una leyenda puertoplateña que solía referir el periodista Emilio McKinney en la sala de prensa de El Caribe de finales de los 80 del siglo pasado, inicialmente habían sido unas letras subversivas arregladas en un repentismo por el autor invitado con malicia por un funcionario a tocar “el merenguito que andas sonando por ahí”.
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Las letras originales serían, recogidas de la memoria, en esta dirección: Yo le dije a mi sobrino así/ no regreses más a tu país/ que la cosa no está buena acá/ la miseria está acabando.
Desde luego, la miseria a la que se refería López, quien escribió las letras del referido merengue acaso en el año 50, no era la del año 28, cuando nació Méndez Capellán, ni la del 35, cuando quedó huérfano. Era la del año en el que debutaba en la guardia de la “era” de Trujillo, posiblemente moderada por el temor de expresarse libremente sobre la realidad nacional en aquellos con ojos para verla.
La miseria era una realidad que planeaba sobre las cabezas de los campesinos como auras tiñosas en lugares por donde se descompone el cadáver de un animal.
Una puerta abierta
En el año 47 había fracasado el campamento de Cayo Confites, en Cuba, a donde habían ido a reunirse algunos de los exilados antitrujillistas para caer contra la dictadura. Ante el intento, Trujillo procedió a reclutar jóvenes para el Ejército y entre ellos estuvo el joven Víctor, que como suele contar, llegó a la capital en un camión cargado de campesinos.
Y aunque parezca increíble, el ingreso a la guardia abrió las puertas a este hombre para ascender un escalón a pesar de todo lo que se le oponía por su origen, su baja escolaridad y el prejuicio contra el guardia.
En su casa
La entrevista con Méndez Capellán tuvo lugar a medio día en su residencia de Bella Vista, en la capital, con los periodistas Ányelo Mercedes, José Monegro y Miguel Febles.
La casa puede ser tomada como muestra de lo que significa un propósito en la vida de este hombre. Es un inmueble en el que parece sentirse a gusto; cuando habla de ella la recorre con la vista y refiere su enamoramiento con el lugar cuando era parte de un farallón coralino deshabitado.
“Aquí voy a tener mi casa cuando esto sea urbanizado”, rememora sus comentarios sobre el lugar cuando por allí no había otra cosa que un hotel, El Embajador, y unos cuantos hoyos de un pequeño campo de golf.
Aunque no está en la lista de los consejos que improvisó para los periodistas cuando se le pidió un mantra para el éxito de emprendedores, ir por la vida con un propósito parece que es parte de sus herramientas personales, algo que le falta a miles de dominicanos que por elección son hoy día parte del fatídico conteo de los accidentes de motocicletas que le cuestan cada año más 1,200 bajas a la sociedad entre cientos de jóvenes pobres.
Cuando se oye a Méndez Capellán hablar de su infancia, la orfandad y del paso por la guardia se aprende que siempre es posible mejorar la condición personal en que se ha nacido o en la que se vive.
No se puede ir adelante si beber, bailar, chismear y probar la suerte día a día en las casas de apuesta, el pintintín o en las carreras clandestinas de motos en las autopistas es la única opción.
Desde niño
—Trabajar, trabajar
Huérfano de padre y madre, Méndez Capellán empezó a trabajar de niño. Fue limpiabotas, agente de la Lotería Nacional poco después de ingresar al Ejército Nacional, promotor y facilitador del envío de obreros a los EE. UU.