Puerto Príncipe.- Veinte años después de que el 29 de febrero de 2004 el presidente haitiano Jean Bertrand Aristide, que había sido elegido democráticamente, fuera forzado a abandonar el poder por la comunidad internacional con un movimiento popular que se sumó a una rebelión armada, el país está sumido en una crisis sin precedentes.
“El país ha retrocedido mucho” en los últimos 20 años, afirma a EFE el historiador Georges Michel, quien considera- “Todavía tenemos democracia, aunque hayamos dado un paso atrás. La política es mezquindad, trucos sucios y golpes de Estado.
Tenemos secuestros y distribución de armas. El próximo Gobierno debe poner las cosas en su sitio». Y es que desde el punto de vista social, político, económico y de la seguridad, en este período turbulento Haití se ha visto inmerso en una crisis que ha hecho de él un lugar inhabitable. Miles de familias han tenido que abandonar sus hogares para refugiarse en campamentos, por no hablar de las miles de personas, entre profesionales y universitarios, que han huido en masa del país.
Una inestabilidad política prácticamente endémica Políticamente, en estos años se ha experimentado una inestabilidad recurrente, marcada por los repetidos retrasos en la celebración de elecciones, la sucesión de transiciones políticas y las incesantes batallas entre los gobernantes y la oposición.
Pero lo peor estaba por llegar con el asesinato, en julio de 2021, del presidente Jovenel Moise en su residencia, lo que agravó aún más una crisis que ya estaba entonces en un punto muy alto. Durante 13 de los 20 años transcurridos luego del derrocamiento de Aristide, quien tomó el camino del exilio en Sudáfrica, Haití fue gobernado por el régimen de Tèt Kale, con el partido oficial PHTK expulsando del poder a la formación Lavalas, que había dirigido el país durante muchos años bajo las presidencias de René Préval y Jean Bertrand Aristide.
En este tiempo, Haití ha tenido 5 jefes de Estado, no menos de 3 gobiernos de transición y 2 gobiernos provisionales, y solo se han celebrado tres elecciones presidenciales.
Prácticamente todos los presidentes que han salido de las urnas en este periodo han tenido que enfrentarse a intensas protestas antigubernamentales, muchas de las cuales se tornaron violentas y estuvieron marcadas por las muertes, los saqueos y los incendios.
El país también ha conocido una quincena de primeros ministros, algunos de los cuales han durado muy poco en el cargo y otros han sido expulsados a través de protestas. Además, en el espacio de 20 años el país ha sido o va a ser testigo de dos intervenciones extranjeras, en 2004 y la misión multinacional de apoyo a la seguridad que ahora está en preparación.
Continuo baño de sangre
En cuanto a la seguridad, la situación ha degenerado en un baño de sangre, con masacres, ataques armados, violaciones colectivas e individuales, ajustes de cuentas, robos y unos secuestros que van en aumento y que se han convertido en algo cotidiano. Si en la época de Jean Bertrand Aristide había grupos armados, eran menos de una docena y estaban confinados a zonas concretas como Delmas 2, La Saline, Cité-Soleil y Fortoroun.
Pero hoy hay entre 200 y 300 bandas que tienen como rehén al 80 % de la capital y a innumerables regiones del país. En las dos últimas décadas, las bandas se han vuelto más organizadas y son más arrogantes y poderosas que nunca, incluso están equipadas con tecnología y armas de última generación, en medio del aumento de la corrupción, la impunidad o la falta de independencia de la justicia.
La vida nocturna ha desaparecido por completo en muchas partes del país y poder moverse libremente por Haití es ahora un lujo, dado que las bandas armadas controlan un sinfín de territorios. La gansterización se ha extendido por todos lados.
Las carreteras nacionales están totalmente controladas por esas pandillas, que siembran el terror día y noche, triplicando o incluso cuadruplicando el precio del transporte desde la capital a ciudades de provincia, lo que aumenta aún más una inseguridad alimentaria que, en su fase aguda, ya afecta al 44 % de los haitianos.
En términos económicos, la situación está marcada por una economía en crisis, sin crecimiento y basada únicamente en las transferencias internacionales que mantienen con vida a muchos haitianos.
La moneda local, el gourde, ha sufrido en estos veinte años una importante devaluación (ha perdido más del triple de su valor), lo que ha repercutido en el incremento de la inflación y del coste de la vida en el que, ya de por sí, es el país más pobre de América.