Las virtudes más cantaleteadas de todos los gobiernos son la austeridad y la transparencia.
Y, en verdad, ¡qué bonito sería poder proclamar, a los cuatro vientos, la vigencia de esos dos conceptos!
¡Qué bueno debe ser tener un gobierno austero y comedido en el gasto innecesario, como un buen padre de familia que piensa en el hoy y en el mañana para su descendencia, y duerme tranquilo porque no se endeuda para realizar cosas que no son imprescindibles para vivir!
A la vez, ¡cuán maravilloso debe ser poder depositar toda la confianza en ese imaginario padre de familia porque siempre dice la verdad con absoluta transparencia y se sabe que no oculta nada bajo ninguna circunstancia!
Lamentablemente, ese no es nuestro caso. Se habla de austeridad mientras se gastan millones de pesos en viajes presidenciales de dudosa utilidad y los legisladores siguen llenando sus bolsillos vorazmente con los famosos e inmorales cofrecitos, para citar solo dos ejemplos palpables.
Y se habla de transparencia al mismo tiempo que se conceden obras públicas de grado a grado y una mujer acusada de hechos criminales señala alegremente al Presidente de la República como habiéndo favorecido con privilegios especiales a los que no tenía derecho, sin que ninguna voz oficial autorizada diga si eso fue cierto o es mentira.
Austeridad y transparencia. Dos bellas palabras.