Todo se multiplica en estos días: ruido, gastos, tapón, emociones, susceptibidades, y cualquier actividad
humana que involucre al colectivo. Lo único que tiende a bajar es la temperatura ambiental, que de los máximos de agosto y septiembre pasa poco a poco a los mínimos de finales de diciembre y bien avanzado enero.
Cuidarse de la multiplicación de los excesos de algunos, y sobrevivirlos, es un deber de toda persona sensata.
Quien crea que ya está teniendo mucho ruido en su entorno, que se arme de paciencia, porque
todavía faltan los días verdaderamente festivos, profusión de fuegos artificiales y disparos al aire en medio de las explosiones y las chispas multicolores.
Es el corazón de los festejos, que inician mañana con la Nochebuena, hacen un pico el jueves con la Navidad y tienen una segunda ronda la semana que viene con el Año Nuevo.
La idea no es aguarle la fiesta a nadie, es, más bien, una invitación a que cada quien haga algo para resguardarse de los excesos de otros y que, en cuanto sea posible, asuma el paso medido de los maratonistas, que saben muy bien de la importancia de guardar aliento y energías para llegar más lejos.
Esto de los riesgos no es un invento de nosotros.
Por alguna razón la Policía Nacional multiplica el número de agentes en servicios de patrulla, la autoridad de tránsito impide, o limita, la presencia en las vías públicas de vehículos tradicionalmente asociados con grandes estropicios cuando son conducidos por personas afectadas por la falta de sueño o el exceso de alcohol.
Otro detalle importante está en los hospitales, particularmente los especializados en traumas, que para días como estos se preparan para atenciones extra en emergencias.