Las universidades dominicanas cargan el pesado lastre de surgir como una extensión de los estudios secundarios, sumado a un predominio del pedagogicismo, que su última versión es el absurdo de las competencias.
La educación superior, en nuestros lares, se agota en profesionalizar bachilleres, pretendiendo hacerlos capaces técnicamente en tareas determinadas, a partir de manuales.
Las mejores universidades del mundo, desde su fundación en la Europa feudal, se articulan en torno a la investigación y los programas doctorales, cuyos resultados se “derraman” en las maestrías y licenciaturas, integrando a los estudiantes de todos los niveles en procesos de investigación que responden a las necesidades de la sociedad, sus industrias y el avance de la ciencia.
Mientras en la universidad dominicana la unidad de evaluación docente parte del tiempo que pasa en el salón de clases -y es la medida de su salario- en las universidades de alto nivel la evaluación se centra en su producción intelectual, registrada en publicaciones arbitradas y libros publicados por editoras académicas.
El tránsito de los estudios secundarios a la universidad en nuestro país son un conjunto de cursos remediales para estandarizar lo aprendido en el bachillerato, en las universidades europeas y americanas son los Estudios Generales que promueven el pensamiento crítico, el desarrollo de capacidades investigadoras y una perspectiva transdiciplinaria.
El reto para el sistema de universidades dominicanas es romper con el paradigma actual y asumir la investigación como norte de su desarrollo institucional, creando programas doctorales y evaluando la labor docente por su producción intelectual publicada.