La manipulación mediática estuvo el sábado en su máxima expresión en la cobertura de la crisis de gobernabilidad venezolana, cuando grandes cadenas de televisión reportaban acerca de las incidencias relativas a la ayuda humanitaria destinada a Venezuela y que llegaría desde las fronteras de ese país con Brasil y Colombia.
Parecía que los mismos hechos eran distintos, dependiendo de si los reportaba CNN en Español, a favor de la oposición, o Telesur, en abierta parcialización del régimen encabezado por Nicolás Maduro.
Reflexioné bastante en el tema. La reflexión, partiendo de esos hechos, estuvo direccionada a mi incomprensión de la tendencia que va ganando espacio en ciertos periodistas dominicanos de convertirse en activistas de ideas y visiones sectoriales, sobre todo de la política. Estos, muchas veces, incurren hasta el burdas mentiras.
El ejercicio de la política y del periodismo no es incompatible. He tenido militancia política y labor periodística. Pero he sabido establecer los linderos éticos de una y de la otra.
De lo único que un profesional del periodismo puede ser activista es de la búsqueda permanente de la verdad, jamás de cuestiones particulares que colidan con los intereses colectivos.
Llegó a mis pensamientos el planteamiento de la escritora y periodista española Julia Navarro cuando dijo: “Tengo un defecto gravísimo para el ejercicio de mi profesión.
Creo que el periodismo es un servicio público donde debe primar la verdad y no los intereses de los políticos, de los empresarios, de los banqueros, de los sindicatos o del que me paga”.
Y rememorando al escritor y forjador de la independencia cubana, José Martí, podríamos afirmar que la prensa debe ser examen y censura, nunca el odio ni la ira, que no dejen espacio a la libre expresión de las ideas.
Lo anterior, debido a que nunca se acepta lo que viene de la imposición injuriosa; sino que acogemos aquello que procede del razonamiento y de la verdad documentada.
La tendencia de periodistas de convertirse en activistas es creciente en el país, en detrimento de la puesta en práctica de un periodismo sensato y racional, fundamentado en el dato que conduce a la verdad. A eso también se adiciona el hecho que hoy en día representa una de las profesiones más usurpadas; alguien que pague la tarifa de un espacio en un canal de televisión o una estación de radio comienza a autoproclamarse como “periodista”.
No pocos, bajo ese “blindaje”, se vuelven “mercenarios de la palabra”, degenerando en la práctica en chantajistas, difamadores e injuriadores.
Hay que investigar para fundamentar los hechos. La veracidad constituye la característica fundamental de una noticia. Profanadores de esta regla, que además se convierten en deshonestos intelectuales, luego pretenden presentarse ante la opinión pública como víctimas perseguidas por los que ostenten diversos niveles de poder.
Ya lo señaló Mao Tse Tung: “Quien no ha investigado no tiene derecho a hablar.
Aunque esta afirmación mía ha sido ridiculizada como empirismo estrecho, hasta la fecha no me arrepiento de haberla hecho. Al contrario, sigo insistiendo en que nadie puede pretender el derecho a hablar.
Hay muchos que apenas descienden de la carroza, comienzan a vociferar, a lanzar opiniones criticando esto y censurando aquello. Pero de hecho todos fracasan sin excepción, porque sus comentarios o críticas, que no están fundamentados en una investigación, no son más que charlatanería”.
Reivindico un ejercicio periodístico molestoso, pero apegado a la verdad y a la defensa de los más sagrados intereses de la colectividad, porque como afirmara el político alemán Hans-Dietrich Genscher, “la prensa es la artillería de la libertad”.