Las tragedias ocurridas en los últimos días en el país no dejan lugar a dudas sobre la necesidad de que la sociedad dominicana haga un alto y propicie una especie de proceso autocrítico, para ver si logramos encontrar el camino que conduzca al entendimiento, al respeto, a la consideración y, con todo esto, a la convivencia humana.
Uno de los colaterales más profundos y dolorosos del encierro de casi dos años por la pandemia del COVID 19, en República Dominicana, ha sido la violencia social, sexual, psicológica y física, a juzgar por los hechos que frecuentemente se producen en cualquier parte del país.
Da la impresión de que grupos de la población han perdido “el tino” y no hay forma de que se encuentren consigo mismo ni mucho menos con los demás. “Les apesta la vida”, como decía frecuentemente un amigo, hoy ex jefe de la Policía que estuvo en formación académica por un tiempo en Puerto Rico.
¿Qué pasa por la cabeza de esos individuos, que por sus acciones parecen más que personas, engendros mismos del demonio, o de lo que sea peor en el mundo, cuando cometen crímenes de tan cruel envergadura y atrocidad?
Ocurren hechos tan deleznables como el del recién pasado Día de San Valentín, dedicado a realzar el amor, un joven mató a cuchilladas a su propia madre, sin que mediara ningún altercado aparente, ya que cuando cometió el crimen ella dormía, y quizás hasta soñaba con el bienestar de ese verdugo, a quien 19 años antes, ella había traído a este mundo. (San Pedro de Macorís).
Como el de un hombre de 25 años de edad, que violó a una señora de 98 años (Haina); o como el de un grupo que mata a puñaladas a un adolescente, de apenas 16 años cuando salía del centro educativo al que asistía (San Pedro de Macorís); o, como el de adultos que provocan la muerte de un bebé, de apenas un año de edad, a consecuencia de ingesta alcohólica.
O como el de grupos que secuestran y, posteriormente, torturan, matan y lanzan los cadáveres en un pozo, de una joven pareja de esposos (Los Alcarrizos); o el de un hombre que mata a cuchilladas a su propio hermano, porque supuestamente escuchaba música en tono muy alto. (Baní); o el caso en el que encuentran el cadáver de un joven con 102 puñaladas en el interior de su vehículo (San Francisco de Macorís).
Y, así llenamos enciclopedias de casos, con nombres y apellidos, porque los tienen, y no terminaríamos nunca de exponer la grave situación socio-emocional que está viviendo República Dominicana, a pesar de sus avances en otros muchos aspectos para el desarrollo.
Y, ni hablar de los feminicidios, que en lo que va del presente año 2023, ya se reportan por lo menos 10 casos. Ni tampoco de las confrontaciones y discusiones, ni del desconocimiento a la autoridad que, tampoco se empeñan por generar respeto; ni de los accidentes de tránsito, ni de las velocidades instigadas por la imprudencia; ni de los agresivos limpiadores de vidrios, ni de los pleitos en las escuelas. (RD)
Es más, ni hablar del día a día, ni hablar de las violaciones sexuales a niños y a niñas; ni del escandaloso irrespeto, el abuso, la desconsideración, el crimen de un profesor contra una alumna, de apenas 16 años de edad, que muere desangrada por una certificada violación sexual. (Higüey). ¡Dios, qué difícil!
Comparto las estrategias que proponen organismos internacionales para reducir los índices de violencia. Quizás, quienes tienen la responsabilidad de diseñar las políticas públicas para prevenirla, puedan considerarlas algún día:
Fomentar relaciones sanas, estables y estimulantes entre los niños y sus padres o cuidadores; desarrollar habilidades para la vida en los niños y los adolescentes; reducir la disponibilidad y el consumo nocivo de alcohol; restringir el acceso a las armas de fuego, las armas blancas y los plaguicidas.
También fomentar la igualdad en materia de género para prevenir la violencia contra las mujeres; cambiar las normas sociales y culturales que propician la violencia; y establecer programas de identificación, atención y apoyo a las víctimas.
Patricia Arache
patricia.arache@gmail.com