La embajada de Haití ha dado a conocer la solución a las dificultades que confrontaban estudiantes del vecino país, por la tardanza del Gobierno dominicano en entregarles unos pasaportes visados que se constituyen en un elemento fundamental para su seguridad, movilidad y tranquilidad.
Esta tardanza había sido motivo de protestas de los haitianos, que las habían llevado hasta las puertas mismas del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Si la solución del entuerto ha llegado, las congratulaciones deberían ser la razón de esta nota, y aunque razonablemente es así —se escribe para felicitar a las tres partes principales en este raro episodio de las relaciones dominico-haitianas— aprovechamos el momento para algunas reflexiones acaso oportunas.
En las administraciones del Estado dominicano debe de estar siempre presente en qué se puede colaborar para aliviar la situación de los haitianos.
Y puestos a buscar, ningún aporte podrá ser más útil que aquel dirigido a la educación, particularmente la del nivel profesional.
Celos como los que movieron a las autoridades dominicanas a poner en suspenso el visado de estos estudiantes pueden ser justificados, pero establecer mecanismos de garantías para evitar desconsideraciones, o maltrato, se suponen a su alcance.
Abogamos por el debido control, pero también por la mejor colaboración con lo que más necesita Haití, la educación de sus habitantes, muchos de los cuales ven en nuestras universidades una vía de realización a su alcance.
Estos hombres y mujeres, jóvenes por cierto, están llamados a ser más adelante interlocutores educados en la inevitable dilucidación de las diferencias y las coincidencias.