“Nada cría la tierra más endeble que el hombre de cuantos seres respiran y caminan por ella. Mientras los dioses le prestan virtud y sus rodillas son ágiles, cree que nunca en el futuro va a recibir desgracias; pero cuando los dioses felices le otorgan miserias, incluso estas tiene que soportarlas con ánimo paciente contra su voluntad”, proclamó Homero, figura a quien se le atribuye la autoría de las principales poesías épicas griegas, La Ilíada y la Odisea.
Pero lo cierto es que la ignorancia de las formas de actuar de la naturaleza condujo a los antiguos a inventar dioses que dominaban cada uno de los aspectos de la vida humana.
Había dioses del amor y de la guerra, del sol, la tierra y el cielo, de los ríos y los océanos, de la lluvia y los truenos, e incluso de los terremotos y los volcanes.