Una pandemia por partida doble

Una pandemia por partida doble

Una pandemia por partida doble

Roberto Marcallé Abreu

Una ciudad desolada a tempranas horas de la mañana. Pocos autos, nadie   caminando por las aceras,  los negocios cerrados herméticamente. Persiste esa sensación de  desconcierto  pese a los meses de encierro y amargura.  Es difícil   asimilar esta forma de vida.

Me dirijo a una clínica con la intención de practicarme  algunos análisis.  Los  empleados con los que tropiezo lucen  descorazonados. En Emergencia aguardan decenas de pacientes. Rostros y manos cubiertos.  En los gestos  se percibe ese aire de tristeza.  Dos  empleados  de los nueve o diez anteriormente  asignados al seguro  atienden al público. Hago una fila  por dos horas y entonces  me refieren al segundo.  Este   carece de  experiencia y, tras esperar horas sin avances,  me doy por vencido.

Desterrar la avalancha de pensamientos sombríos  de la mente es imposible.  La epidemia dispara  los seguros y es  espantoso  el trastorno con el que se  debe lidiar. Todo se agrava y multiplica.  ¿Qué va a ocurrir con nuestras vidas y con las  de aquellos a quienes apreciamos  o amamos?  Antes ya era difícil. Ahora sufrimos  dos pandemias.

Se ha  perdido el derecho a ir donde el oculista, el urólogo, el gastroenterólogo porque no los hay  disponibles. Si a usted  se le  rompen los lentes, no hay ópticas abiertas. Si el auto sufre un desperfecto, enorme inconveniente porque no hay mecánicos ni  repuestos. Si se  sensibiliza dolorosamente  el nervio de una pieza dental tómese un calmante.

Los colegios están cerrados  y aunque  no hay baja de tarifa, las clases ahora son virtuales y muy cortas. ¿A usted lo prepararon para ser docente?  Los niños se angustian  ante el encierro interminable.  Se les altera la conducta, se rebelan, pierden el control, dañan costosos  ajuares. Hay que vigilarlos de cerca para evitar que se comprometan  en situaciones de riesgo doméstico. Los padres colapsan.

¿Por qué los bancos cerraron la mayoría de las sucursales provocando enormes cúmulos humanos,  prolongadas filas y forzosos roces sociales? Los pagos de servicios se desviaron a una sola empresa que a su vez cerró sus sucursales.  Las hileras eran de miles. A las que se suman  las provocadas por las restricciones  en  supermercados  y  farmacias. ¿Por qué nos extraña esta irrefrenable explosión de contagios?

La otra pandemia, la de la corrupción, no cesa.  Hay quejas extendidas sobre el monto real que se paga a los beneficiarios de las ayudas oficiales. Se citan   diferencias sustanciales  entre lo asignado y lo otorgado. Bajan los precios del petróleo, y aquí  suben los precios de los derivados. Los precios   de  los productos de primera necesidad  se disparan.   Barberías,  ferreterías, salones,  comercios de mediana y menor cuantía  siguen injustificadamente  cerrados.

¿Cuáles son las razones por las cuáles se restringió el servicio a los clientes de los seguros médicos? ¿Por qué ese desdén hacia  los empleados y dueños de los negocios informarles? ¿Por qué esa mezquina  asignación  a miles de trabajadores y empleados? ¿Por qué se prometió posponer  los pagos de facturas  que ahora se sirven con amenazas de corte y recargos?

¿Por qué la policía maltrata a los ciudadanos con el pretexto de las violaciones al toque de queda? ¿Por qué se arrastra a señoras y damas  a  las camionetas oficiales  como si se tratara  de vulgares delincuentes?

Arden los vertederos y a seguidas se habla de millones de pesos  para las instituciones oficiales.  Las restricciones de la pandemia se utilizan  para favorecer descaradamente  los candidatos oficiales. Hay tramas para evitar  que los dominicanos ausentes voten. Prosiguen las denuncias de  manejos  en las compras de emergencia.

Esta es la “realidad” del pueblo dominicano  y la “pandemia”. La de ahora y la que estamos sufriendo desde hace muchos, pero muchos años.