Todos en el salón se miraron entre sí cuando la niña, muy segura de lo que dijo, dijo:
—A mi papá, ayer, lo deportaron para Haití.
Todas las miradas seguían enganchadas, entrelazadas, todas arropadas por la misma atmósfera de expectativa; y ella agregó:
—Ya él llamó por teléfono a mi mamá; y le dijo que salió de Haití y que regresa hoy.
La distancia entre uno y otro país es mínima. Muchas veces invisible, vulnerable a cualquier hora debido a los distintos pasos clandestinos que hay. Una frontera muy frágil, hay que admitirlo.
La historia de la familia de la niña a punto de reunirse con sus padres haitianos, no termina. En ese momento empezaba.
Y yo, entre los que acaban de escuchar la forma inocente como la niña hace referencia a la salida y entrada de su padre a territorio nacional, lejos de todo prejuicio, sé de qué forma, a diario esta historia se repite en distintos escenarios y calles del país.
Hace poco abrí un periódico, que dedica páginas completas a reportajes dramáticos sobre historias de inmigrantes. La cobertura no discrimina y cubre un impresionante abanico de historias. Los protagonistas son los inmigrantes sin apellidos y que un día compran un billete de viaje y llegan a República Dominicana de distintas naciones del mundo. Además, por qué ocultarlo, a República Dominicana llegan, también, los que tienen dinero y reciben, como si se tratara de un acto de magia, los documentos de residencia permanente, digna y fácil, de manera inmediata y sin traumas. Sí. Todos con privilegios, porque como dijo el viejo bardo español: Que buen caballero es don dinero. Decía, entonces, que leía una historia de inmigrantes.
Y la resumo una parte de esta forma:
Las fronteras marítimas, entre los territorios insulares, o, terrestres, entre los países latinoamericanos, son muy vulnerables. Y por esa razón, los inmigrantes, cuando son repatriados, vuelven. Y regresan con otros. En grupos, por mar. En caravanas, por tierra.
Los haitianos llegan por mar a las Bahamas y si la embarcación, muy frágil, encalla, por ejemplo, en The Bluff, la Real Fuerza de Defensa del archipiélago y los guardacostas de Estados Unidos, los persiguen; y si uno escapa y llega a tierra firme, amenazan a la población diciéndoles o recordándole, a través del Departamento de Inmigración, que dar cobijo a inmigrantes ilegales es un delito y pide a cualquier persona que tenga información que colabore y se ponga en contacto con las fuerzas del orden. Y una vez atrapados, muertos de miedo, hambre y sed, el titular de Sanidad del archipiélago informa que se habilitará un hospital de campaña con un determinado número de camas para garantizar que el sistema sanitario de la isla no se vea sobrecargado. O sea… de manera muy cauta, los aíslan, preocupados por la posibilidad de que alguno de ellos, o, todos, sean portadores de cualquier enfermedad infecciosa y ponga en alto riesgo a la población sana.
En todo caso, si una parte logra tocar tierra, los guardacostas, mediante una minuciosa vigilancia aérea, utilizando drones con cámaras de video, terminan cazándolos, hallan el paradero de los desaparecidos. Así concluye la primera parte de la operación. Sí, la primera parte, porque de inmediato, el Departamento de Inmigración trabaja de manera laboriosa con la Cancillería para garantizar que sean repatriados lo antes posible. De regreso a la vida de antes, a la vida de persecución y hambre de la que salieron huyendo.
Esa historia tiene una vuelta diplomática; y los embajadores ante la ONU, y otros de la OEA, tocan puertas, visitan foros participan en cónclaves y cumbres, recurren a la tribuna de oradores, toman el micrófono y agotan turnos, y con un discurso dramático, sensibilizan a los convocados. Y dicen, por ejemplo, que se hace necesario brindar ayuda a Haití para que pueda salir de la crisis. Y que esa ayuda debe ser de inmediato. Y cierran el discurso con una advertencia inteligente y de doble batiente: las olas migratorias amenazan también a los países vecinos.
Los pensamientos míos regresan a su punto de origen. Y recuerdo a esa niña de padres haitianos, que cautiva a un auditorio de adultos; y dice:
—A mi papá, ayer, lo deportaron para Haití.