Santo Domingo de Guzmán es una ciudad llena de historias, algunas muy singulares. Fundada en 1498 por Bartolomé Colón se encuentra en los albores para la celebración de sus 525 años.
A pesar de ser la ciudad de diseño europeo más vieja de América, aún sufre de escollos que le han impedido superar retrasos importantes. A través de los siglos muchas de sus autoridades de una forma u otra han tratado de dejar su impronta, destacándose en el siglo pasado una extraordinaria inversión pública en infraestructura de todos los niveles.
Lo obvio es que estas grandes obras fueron, casi en su mayoría, hechas por el Gobierno Central y muy pocas por el ayuntamiento; cosa que se entiende en principio por ser la capital de la República y sede del Gobierno Dominicano. Sin embargo, el gobierno de la ciudad maneja miles de millones de pesos que bien podrían ser destinados a obras que demanda la ciudad para un mejor vivir de sus habitantes.
Según la ley, el ayuntamiento local, “en teoría”, debió destinar en poco más de dos años que lleva la presente gestión, cerca de 4 mil millones de pesos en gastos de inversión. Si a esto le sumamos decenas de millones de pesos que el Gobierno Dominicano le ha transferido por concepto de solicitudes diversas como, por ejemplo, para el paseo de la Duarte con París, entonces estamos ante la más grande de las indolencias que ha sufrido la capital por parte de sus autoridades locales. Hay recursos, pero no prioridades.
Prioridades como resolver el caos del tránsito imperante, el desorden en el uso del suelo, la falta de alumbrado público, los mercados en abandono, los cementerios a la suerte de facinerosos, el drenaje pluvial, la construcción de más bibliotecas y funerarias municipales, etc., serían las que de manera inteligente deberían listarse.
Somos una ciudad bipolar pues mientras las autoridades municipales nos hacen entender y actúan como si fuéramos una ciudad ordenada con los problemas de convivencias básicas resueltos y con un adecuado plan de desarrollo urbano en funcionamiento, en la realidad podemos concluir en que vivimos a la suerte de Dios.
En los últimos 25 años, en honor a la verdad, las cosas han cambiado mucho, pero de inmediato nos llega a la cabeza la pregunta ¿Para quién o para quienes han cambiado? Tenemos una “alfombra” muy linda, pero debajo está llena de escombros. Nuestros barrios sufren y carecen de manera injusta de las más fundamentales necesidades básicas que debería tener un habitante de la Capital Primada de América.
Somos una ciudad en el mismo trayecto de las inclemencias tropicales que cada año ocurren; por lo tanto, no debe ser sorpresa que alguna vez nos golpeen temporales de lluvias como ha sucedido recientemente. Las prioridades deberían ir en esa dirección.
Ha llegado el momento de dejar de comportarnos como una ciudad del primer mundo y ver nuestra cruda realidad; que mal hacen las autoridades del Distrito Nacional en asuntos cosméticos como ciclovías que no funcionan, caminatas de fin de semana, circos musicales y demás, y no concentrarse en asuntos que hasta salvan vidas.
*Por Víctor Féliz Solano