Brown planeó hacerlo un día después de haber matado a su esposa con 14 martillazos. Según declaró ante la justicia, la asesinó por haberlos abandonado a él y a dos hijos. Luego del atroz homicidio, el piloto de la reconocida compañía enterró el cuerpo en un parque público en Windsorf. Fue durante el juicio que confesó que su última intención era precipitar el vuelo a tierra con todos los pasajeros a bordo.
El hombre señaló que derribaría su propio avión «para hacer una declaración». El piloto había advertido a las autoridades de la aerolínea británica que sufría de estrés luego de haberse divorciado de Joanna, su esposa hasta 2010. A pesar de su advertencia, Brown continuó trabajando hasta que cometió el brutal homicidio.
Los familiares del comandante advierten que las empresas aéreas aún no han aprendido la lección y que no tomaron los recaudos necesarios para impedir que vuelen pilotos que no están en condiciones.
«Pensé que algo debía hacerse. Quería volar una última vez y chocar la aeronave. Quería que ellos rindieran cuentas», señaló Brown ante el jurado y agregó: «Pensé que si iba a trabajar podía estrellar un avión o volar a Lagos y estrellarlo ahí… o colgarme en el cuarto de hotel. Quería hacer una declaración».
Sin embargo, ese día Brown se declaró enfermo y fue otro piloto el que comandó su vuelo hacia Nigeria. Pocas horas después, el asesino de Joanna sería arrestado.
Otra de las cualidades que unen a Brown con Lubitz era su fanatismo por el running. Solía participar de competencias tanto internas de la compañía British Airways como de cualquier otra carrera que le sirviera de estímulo. La más dramáticas de las coincidencias entre ambos era su enfermedad mental que los llevó a uno asesinar a martillazos a su esposa y planificar un truncado autoatentado con un avión británico de pasajeros; el otro, sumergido en una profunda enfermedad pisquiátrica, pudo hacerlo.