Un parche: el caos en el km 9
La habilitación de los 14 carriles en el kilómetro 9 de la autopista Duarte fue presentada como una solución mágica para el eterno problema del tránsito en la entrada de la capital.
Se prometió descongestionar una de las principales vías del país, aumentando la capacidad para miles de vehículos. En teoría, el plan parecía coherente; más espacio significaba menos tapones. En la práctica, la realidad ha sido distinta.
La medida es, en esencia, un parche. Un intento apresurado por maquillar un problema mucho más profundo que el simple flujo vehicular.
Lo primero que salta a la vista es la falta de una planificación integral. La ampliación de carriles no contempló el orden en el transporte público, lo cual es irónico, considerando que gran parte del caos en esa zona proviene de los autobuses y carros que se detienen desorganizadamente para recoger y dejar pasajeros.
Estos vehículos, que deberían facilitar la movilidad, terminan entorpeciendo el tránsito al no tener áreas designadas para su operación.
Los peatones también han sido víctimas de esta improvisación. En nombre de la ampliación, se eliminaron aceras y se colocaron verjas que obligan a las personas a transitar peligrosamente por la calzada.
Mientras algunos conductores intentan sortear el tráfico, otros luchan por no atropellar a los peatones que se arriesgan entre vehículos. Este desorden, lejos de solucionar un problema, ha creado nuevos conflictos y aumentado el riesgo de accidentes.
La indisciplina vial sigue siendo un factor determinante. No basta con ensanchar las vías si no existe un control efectivo sobre el comportamiento de los conductores.
Los tapones no desaparecen por arte de magia; desaparecen cuando hay un orden claro y cuando las autoridades hacen cumplir las reglas. La falta de presencia de agentes de tránsito que garanticen el flujo y la ausencia de políticas que incentiven el uso del transporte público hacen que la medida pierda efectividad con el tiempo.
Un problema recurrente en este tipo de soluciones es el llamado “efecto de demanda inducida”. Ampliar las vías atrae más vehículos, lo que, al final, reproduce la congestión en el mismo punto o la traslada a otras zonas.
Si no se cambia el enfoque hacia una movilidad más sostenible, estas soluciones seguirán siendo parches temporales que se despegan rápidamente.
El kilómetro 9 de la autopista Duarte es un reflejo de cómo se abordan los problemas en nuestro país: con acciones superficiales que parecen impactantes en el corto plazo, pero que carecen de una visión de largo alcance.
Soluciones como esta no responden a un plan de movilidad integral, sino a una urgencia por demostrar avances visibles, aunque sea a costa de generar otros inconvenientes. Repetir los mismos errores no mejora la situación del tránsito en la capital.
Si realmente se quiere resolver el caos en la entrada de la capital, es necesario ir más allá de los parches. Se requiere una reorganización del transporte público, la creación de espacios adecuados para los peatones y una fiscalización que promueva el orden.
Es imprescindible diseñar una solución que contemple la regulación del transporte, la implementación de carriles exclusivos para autobuses y la educación vial para conductores y peatones. Mientras esto no suceda, cualquier medida será sólo un paliativo momentáneo.
La congestión vehicular es un síntoma de un sistema desorganizado, y la respuesta no puede ser simplemente ensanchar la vía, sino rediseñar la movilidad de una manera que todos puedan beneficiarse. Se necesita un enfoque integral que incluya medidas de largo plazo, desde la planificación del transporte hasta el incentivo de alternativas de movilidad, sistemas de transporte masivo eficientes y normativas que permitan un uso más racional del espacio urbano.
Hasta entonces, el kilómetro 9 seguirá siendo un punto de conflicto, un recordatorio constante de que las soluciones rápidas, sin un análisis profundo de las verdaderas causas del problema, terminan siendo parches mal colocados que se despegan a la primera lluvia de la realidad.
Las autoridades deben aprender esta lección de una vez por todas para evitar repetir los mismos errores con cada nueva promesa de modernización vial.
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