Un panorama definitivamente deprimente

Un panorama definitivamente deprimente

Un panorama definitivamente deprimente

Roberto Marcallé Abreu

Asomarse a la ventana, observar calles y edificaciones, autos que transitan bulliciosos, hablar con las personas y percatarse de su disposición de ánimo, es un ejercicio un tanto complicado en estos días grises y de tormenta. Es preciso acudir a nuestras mejores actitudes y vestirse una camisa de fuerza para no dar espacio a la incertidumbre y el desasosiego.

De repente la existencia se presenta desbordada de complicaciones. Las incongruencias, conflictos de diversa naturaleza, asoman multiplicados y es preciso convocar lo mejor de cuanto somos para salir airosos.

Leer los periódicos se transforma en un ejercicio comprometedor y desapacible por las reacciones que nos provoca. El editorialista del Listín Diario nos dice en la edición del sábado 26 de agosto que “en el derrotero de degradación moral por el que transita nuestra sociedad, los actos de generosidad humana sobresalen todavía como valores sobrevivientes de una cultura de decadencia”.

Y añade, de seguro para elevar nuestra decaída autoestima, que “en el fondo esta sociedad preserva latentes los grandes valores de la generosidad y solo falta que los saquemos a la superficie y los compartamos entre todos, en familia, en la escuela, en el trabajo y en la calle, antes de que la hecatombe los extinga totalmente”.

Se trata de una llamada de atención frente a un panorama desolador de fracaso y derrota. Ángel Álvarez nos dice como ejemplo que, en uno de los municipios de la provincia de Santo Domingo, “los asaltos y robos de los malhechores han sembrado la intranquilidad, especialmente durante las noches”.

Y puntualiza que estos delincuentes “vienen en motores, y se devuelven, armados a quitarnos los celulares”. En Guaricano, los antisociales aprovechan los constantes apagones “mientras la venta de drogas y las fiestas que se prolongan hasta altas horas de la madrugada predominan en el sector “La Lotería” de Sabana Perdida”.
El propietario de un colmado advierte, aterrado y soñoliento que “los ciudadanos no pueden dormir debido a la música de alto volumen”. Los agentes policiales recorren el perímetro “pero evitan los lugares donde se venden narcóticos”.

En relación a la conducta ciudadana en los recientes fenómenos atmosféricos se publicó que “los residentes en varios sectores desacataron recomendaciones emitidas por el comité de operaciones de emergencia”.

Una crónica de Guillermo Pérez publicada el pasado sábado 19 de agosto, manifiesta que “en la frontera con Haití se vive una locura migratoria ilegal”. Estas son sus palabras: “Mi reciente viaje de cinco días al límite fronterizo con Haití, permitió, nueva vez, poner al desnudo las versiones torcidas que siempre dan cuenta de una vida normal aquí, controles del ilegal torrente migratorio, armonía y una existencia entretenida”.

“No es así”, sentencia. “Durante el trayecto no fueron vistas patrullas de fuerzas militares. Mientras, los haitianos estaban en todas partes. Entraban del lado dominicano y penetraban hasta los bosques, cortaban leña para carbón de cocina y luego regresaban sin problemas a su territorio”.

“Niñas y adolescentes haitianas salían a la carretera a proponer sexo y pedir comida. La más desgarradora escena fue la de una pequeña de no más de siete años que, a orilla de la carretera, insinuaba propuestas de relaciones mientras a poca distancia sus padres, semiocultos detrás de una casucha al borde del camino, les daban orientaciones a través de gestos”.