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Un país enfermo y sin seguro de salud

Por Natalie Ruiz Casado

Hay países que se endeudan. Hay países que se empobrecen. Y hay países que se enferman, porque quienes debían cuidarlos decidieron saquearlos por dentro.

La República Dominicana hoy no solo está en un desafío administrativo: está clínicamente comprometida. Padece una enfermedad vieja, crónica, mal tratada. Antes atacaba por los puentes, el concreto, y la educación. Hoy ha hecho metástasis en el lugar más sagrado: la salud.

El desfalco ocurrido en SENASA, bajo la dirección de Santiago Hazim, no es un robo cualquiera. Es una operación a corazón abierto sin anestesia. Es corrupción con bata blanca y mascarilla. Es el delito más vil, porque atacó directamente el sistema inmunológico del pueblo dominicano. Nos dejó sin defensas justo cuando más las necesitábamos.

Mientras a la gente se le negaban medicamentos, estudios y tratamientos clínicos, a otros se les recetaba Rolex en la muñeca, carros de alta gama, un estilo de vida “con los vidrios moca”, contra la realidad. El contraste es obsceno. Rolex vs. Salud pública.

Porque no es solo la inflación: es extracción. Nos roban en silencio, nos drenan como país, nos dejan sin cobertura, sin anticuerpos, sin futuro. Un Estado saqueado no puede sanar a nadie.

Siempre ha habido corrupción, es cierto. Pero esto no tiene precedente moral. Porque robar salud no es corrupción administrativa: es una forma lenta de violencia política. Es condenar al más débil a esperar, a empeorar, a resignarse. Es convertir la enfermedad en sentencia social.

Pienso en el jardinero de mi casa en Cabarete. Casi 70 años. De lunes a sábado chapea maleza, limpia patios, mantiene verdes los espacios comunes. El vive de su cuerpo. Vive de estar sano.

El otro día tuvo conjuntivitis. Algo mínimo. Algo tratable. Pero no tenía acceso inmediato a las gotitas que necesitaba. Mi pareja y yo se las compramos. Porque sin ese ojo sano no hay trabajo, y sin trabajo, hay riesgo de que no haya pan en la mesa de su casa.

Hoy fue una gotita, mañana será la presión. Pasado mañana, quién sabe, y SENASA, la institución del Estado llamada a cubrir a nuestro jardinero cuando el cuerpo ya no da más, está vacía. No por falta de recursos, sino porque alguien decidió llenarse primero los bolsillos. Quince mil millones de razones para indignarme. Quince mil millones que hoy no curan, no alivian, no salvan.

Hoy la República Dominicana está enferma, y peor aún: está sin seguro para sanarse. Resulta alarmante (y revelador) que en algunas de las primeras planas del día de hoy este tema apenas aparezca o simplemente en algunos medios ya no exista. El silencio también es cómplice. Hay medios que todavía se prestan a tapar actos como este, tal vez porque los nombres y apellidos de los autores intelectuales pesan, pisan y aplastan demasiado, como para ser impresos. Callar también alimenta esta enfermedad.

La corrupción es la peor enfermedad política, y como toda enfermedad grave, si no se extirpa a tiempo, hace metástasis.

Vuelvo al jardinero, a su podadora, a su oficio silencioso. Si esa podadora pudiera también chapear la maleza que ha crecido en el Estado, limpiar la corrupción que asfixia las instituciones, arrancar de raíz a quienes se han convertido en parásitos del sistema, este país volvería a florecer. Porque los jardines no se mantienen solos. Se limpian, se cuidan, se podan, y cuando no se poda a tiempo, la maleza se come todo.

Es inevitable preguntarnos: ¿cuál será la cura para este país? ¿Y cuándo, por fin, empezaremos a sanarnos de esta enfermedad política que nos consume desde hace años?

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