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Un muro de dignidad

Víctor Féliz Solano
📷 Víctor Féliz Solano

Siempre hemos hablado de la frontera como si fuera un borde, un lugar lejano donde terminan las cosas. Pero la verdad es que la frontera no es el final de nada, es el comienzo de todo.

Allí empieza la patria, la tierra, el idioma, la bandera, el nombre que llevamos. Y quizás, también, es el lugar donde puede empezar un nuevo país.

Me llena de esperanza escuchar propuestas como la de Carolina Mejía, que habla de un muro económico y ecológico junto al muro físico. Porque reconocer que la frontera necesita desarrollo, inversión y protección ambiental es un paso importante. Pero yo quiero ir un poco más lejos, la frontera puede ser el laboratorio de un país distinto, más justo, más productivo y mejor organizado.

Al parecer, la alcaldesa del Distrito Nacional tiene claro qué hacer en esa zona. Su visión no se limita a la seguridad y el control migratorio, sino que incorpora un enfoque integral de desarrollo, conectando la protección física con oportunidades económicas y sostenibilidad ambiental.

Esa claridad estratégica es vital para un territorio históricamente olvidado, pues demuestra que entiende que la frontera no se gestiona sólo con muros y vigilancia, sino con dignidad, inversión y respeto a su gente.

Y me atrevo a decirlo con propiedad, porque llevo años hablando de este tema. He insistido en foros, artículos y encuentros con autoridades que la frontera es mucho más que un límite.

Es un espacio de oportunidades inmensas para la producción agropecuaria, la generación de empleos, la integración territorial y el equilibrio medioambiental.

Siempre he creído que el verdadero muro protector es el desarrollo humano de su gente.

¿Cómo lograrlo? Comencemos por lo que ya está en la ley y nunca hemos cumplido: el famoso 10 % del presupuesto nacional destinado a los municipios.

Si queremos de verdad un muro económico, asignemos ese 10 % de manera prioritaria a los gobiernos locales de la frontera. Con ello, no resolveremos todos los problemas, pero comenzaremos a construir la base.

Porque no hay muro económico sin municipios fuertes. No hay desarrollo sin gobiernos locales que tengan los recursos y la legitimidad para planificar su territorio, para hacer obras pequeñas que transforman la vida diaria, para crear confianza y arraigo en su gente, espacios para la juventud y programas de apoyo a mujeres emprendedoras, ese sería el verdadero muro que protege nuestra soberanía: un muro de dignidad.

Y no se trata de regalar dinero. Se trata de invertir en las comunidades que, con su esfuerzo y su permanencia, son la primera línea de defensa de nuestra nación. Se trata de ver la frontera no como un problema a resolver, sino como una oportunidad para reinventarnos como país.

Imagino un día en que la frontera no sea vista con miedo ni con compasión, sino con orgullo. Donde un joven de Loma de Cabrera, de Elías Piña o de Restauración no sueñe con irse, sino con quedarse, porque allí puede trabajar, estudiar, producir, vivir en paz y criar a sus hijos con dignidad.

Ese sueño comienza con decisiones políticas valientes. Y pocas cosas serían más valientes que, por fin, cumplir con la ley y asignar a los municipios lo que les corresponde, comenzando por los que más lo necesitan.

Si la propuesta de un muro económico y ecológico para la frontera se materializa, no sólo estaríamos protegiendo el territorio. Estaríamos construyendo la base de un nuevo modelo de desarrollo territorial, descentralizado y sostenible, que podría replicarse en todo el país.

Porque, al final, un país no se mide por sus ciudades más grandes ni por sus torres más altas. Un país se mide por cómo trata a los que viven en sus bordes, en sus márgenes, en esos lugares donde comienza la patria y donde también puede comenzar un mejor futuro.

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