Hasta hace más o menos 20 años la adhesión a un partido político no solamente implicaba una preferencia electoral, sino involucrarse en un conjunto de prácticas y actividades regulares, que –junto a los programas, propuestas, discursos y publicaciones de los partidos- constituía una de las principales fuentes de interpretación de la realidad o del mundo para los activistas y militantes políticos.
La información e interpretación acerca de los acontecimientos más importantes fluía a través de las interacciones entre y con miembros y dirigentes del partido político, de modo que las redes de relaciones políticas eran una de las principales vías para estar en contacto con la realidad.
Estas redes generaban un sentido de pertenencia y de este modo hacían una contribución importante a la cohesión social, a un sentido de disciplina social.
Esto sucedía aún en los partidos de masas, porque el activismo político era una constante, una forma necesaria para crecer e influir.
Con la explosión de la comunicación masiva y mucho más a partir de las nuevas tecnologías de información y comunicación comenzaron a producirse cambios en esa dinámica. Hoy las redes principales de información o conocimiento, de retroalimentación entre el individuo y el mundo no generan sentido de pertenencia por sí solas, ni propenden a la cohesión, sino más bien a la fragmentación.
La práctica o rutina política ha cambiado y en la actualidad no contribuye de forma espontánea a generar una disciplina social, porque no se construye a partir de la adhesión y entrada en redes de actuaciones similares pre establecidas y dirigidas a un fin común.
La tecnología organizativa y las herramientas de dirección de la política del siglo XX no son eficaces para las realidades del siglo XXI, lo que explica en gran parte la disfunción de la política.