Un matrimonio petrolero

Nos desplazamos por la extensa y emblemática avenida Urdaneta, pulmón y corazón político del centro de Caracas, ciudad capital de la nunca bien amada Venezuela. Íbamos en un jeep descapotado dotado de gomas enormes que era conducido por un artista rockero chileno, quien se había radicado en el país sudamericano.
Desesperados porque no encontrábamos transporte de taxi, en horas de la madrugada, apelamos a este artista “para que nos diera una bola o empujón” que nos condujera hasta el sector de Sartenejas. Éramos un grupo de periodistas de países de América Latina, el Caribe y de España que estábamos allí, en la vetusta vía, sin acceso a un transporte.
Los periodistas asistíamos a un importante seminario internacional sobre ciencia, tecnología, medio ambiente y contaminación en la industria petrolera. El evento se realizó en el reputado Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) con los auspicios de Petróleos de Venezuela (PDVSA), IDEA y asociaciones de periodistas científicos de distintos países y de España, nación europea sede e impulsora de una entonces pujante corriente de periodistas que trabajaban temas científicos y tecnológicos en Hispanoamérica.
-¡Viva Simón Bolívar!, gritó eufórico y ya montado en el vehículo, con sus brazos abiertos y elevados hacia el cielo, el periodista venezolano. Los colegas respondimos con un ¡Vivaaa Bolívar!, el cual estuvo atiborrado de cálido entusiasmo. ¡Viva el padre de la Patria de Chile, Bernardo O´Higgins Riquelme!, ripostó el chileno. ¡Viva Juan Pablo Duarte, padre de la Patria dominicana!, solté con fuerza y mi exclamación fue seguida por un ¡Viva el Rey de España! de parte del periodista español. El colega mexicano también elevó loas por Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria de México; el cubano, en tanto, clamó su viva a la revolución y su viva Fidel Castro, y así transcurrió con los demás.
Nos sorprendió la madrugada
Habíamos tomado suficientes cervezas y eso nos había puesto algo alborotados. Nos sorprendió la madrugada y debido a eso, a lo avanzado de la hora, no encontramos taxis para regresar al Instituto, ubicado en el sector de Sartenejas, en las afueras de Caracas, donde los periodistas de la región asistíamos a un entrenamiento sobre ciencia, tecnología y medio ambiente en la industria petrolera.
Aquel joven chileno de abundante melena y quien nos dijo que era cantante de rock, se desplazaba orondo con la música a todo volumen en su flamante y llamativo vehículo de ruedas grandes. Nos divisó en la avenida mientras hacíamos señas para que nos lleve, ya que esperamos un taxi sin ningún resultado. Dio la vuelta, se detuvo y se ofreció a llevarnos a Sartenejas. Nos dijo que a esa hora no íbamos a encontrar taxistas, debido en primer lugar al problema de la delincuencia nocturna que azotaba la ciudad. Nos montó y raudo arrancó su vehículo por la emblemática arteria caraqueña. La brisa nos golpeaba fuerte en los rostros y entre las arengas patrióticas de aquella madrugada, surgieron las canciones que cantábamos a coro con el roquero.
Cuando llegamos al Instituto rayaban las tres de la madrugada y teníamos que estar de pie en el auditorio, donde se realizaba el seminario, a las siete de la mañana. En el trayecto hicimos empatía con el artista y éste, lleno de entusiasmo, nos invitó a que fuéramos a una de sus presentaciones en un reputado hotel de Caracas, con entradas y gastos pagados. Lamentablemente no pudimos, las exposiciones del evento eran intensivas y, además, los organizadores adoptaron medidas para evitar que se repitiera la salida furtiva de los participantes en el recinto académico.
Lorena y Alberto
En el seminario reinó un ambiente de camaradería entre los colegas de distintos países. Pero ocurrió que más que familiaridad se produjo entre Lorena, una periodista venezolana, y Alberto, de México, ya que en el fragor de las exposiciones y las discusiones temáticas del seminario, se registró un flechazo de cupido que dio lugar a un amor a primera vista, a la manifestación de un sentimiento imponderable, sutil, muchas veces imperceptibles para los seres humanos comunes.
Pude percatarme y me acerqué a ambos para persuadirlos de la situación. –“Ustedes están enamorados”, les dije. Estallaron en risas y Lorena, altiva e inteligente, me preguntó: –¿Y cómo tú lo sabes? -“Eso se intuye a leguas”, contesté. “Solo ustedes dos pretenden no darse cuenta”, asentí. La manifiesta timidez de ambos los había mantenido distante, impidiendo la expresión de un amor que se veía imponente como chorrera de un río de agua viva. Alberto, era muy reservado. Cuando conversábamos entre los tres yo me encargaba de que aquel amor latente se pusiera de manifiesto y ambos, como por arte de magia, comenzaron a verse en aquella realidad insoslayable y a ser más felices.
-“No pueden separarse sin que se produzca entre ustedes un matrimonio petrolero”, les dije. Rieron a mandíbulas batientes. – ¿Un matrimonio petrolero? ¿Y qué es eso?, repicó Alberto, y entonces le repetí: “Eso mismo, un matrimonio petrolero”. Ambos se miraron fijamente y delante de mí se dieron aquel primer gran beso, profundo, apasionado. No quería creer lo que vi, pero ocurrió. Y esto no fue porque yo estaba enchinchando, emergió en ellos algo que llevaban latentes en sus corazones. Atinaron, eso sí, a darme mil gracias.
-“Eres un dominicano increíble”, dijeron. “Mira lo que tú acabas de hacer”, expresó Lorena visiblemente emocionada y con un dejo profundo; sus ojos se humedecieron y su voz llena de tierna dulzura, lo cual elevó aún más su belleza de mujer de piel canela, abundante cabello negro y especial estructura corporal, una hermosura que daba fe y hacía gala a los designios de que Venezuela es una fuente idónea de candidatas que con inusitada frecuencia ganan los competitivos concursos de Miss Mundo y Miss Universo.
Lago Maracaibo y Juan Luis Guerra
A partir de entonces Lorena y Alberto se trasladaron juntos a todas partes, incluso acudieron a las visitas que realizamos al Lago Maracaibo, a la turística Colonia Tovar y a otras regiones venezolanas.
Nos trasladamos a Maracaibo, primero en un imponente autobús que nos condujo a un aeropuerto doméstico, donde abordamos un flamante jet ejecutivo de PDVSA, en el cual hermosas azafatas nos dieron un trato de reyes.
En el Lago, expertos medioambientales de PDVSA que eran parte de los expositores del seminario nos explicaron sobre las tecnologías que usa esa empresa para extraer el petróleo desde la profundidad de esa inmensa masa de agua, sin causar contaminación. Para ello hicimos un recorrido por las aguas del lago y realmente los periodistas verificamos que existían muy pocas trazas de contaminación. Estos especialistas argumentaron que la poca afectación que se observó entonces no era causada por la extracción del petróleo, sino por industrias petroquímicas instaladas en las orillas del lago, pero que la opinión pública ocultaba ese hecho y atribuía el mal al gigante petrolero venezolano.
Al regreso a la orilla nos esperó en un restaurante a la orilla del lago un suculento brindis amenizado por una agrupación de música folclórica, como joropo, gaita y tambor venezolano, entre otros. Yo llevaba en mi bulto dos cintas, una de nuestro gran Juan Luis Guerra, “Ojalá que llueva café” y la otra de Los Hermanos Rosario. La cinta de Juan Luis la facilité al director de la banda para que la pusiera en los recesos, pero ocurrió que éste me imploró para que se la regalara, a lo cual asentí. Eso me creó un problema, se la había ofrecido al periodista chileno y éste se puso bravo porque le fallé y se la di a otra persona.
La de Los Hermanos Rosario se me ocurrió usarla para poner en un reproductor la canción “Caramba, caramba, ya viene el lunes, caramba, ya viene el lunes…Creí que lo estaba haciendo bien poniendo esa canción temprano en el pasillo del dormitorio, a fin de despertar con este merengue a los colegas. Pero alguien se enfadó y desapareció el reproductor con todo y cinta. Después apareció, pero sin el cable de suministro de la electricidad.
Nos salvaron los petrodólares
En el viaje de entretenimiento a la bella y turística Colonia Tovar organizado por los propios periodistas, no por el Instituto, nos ocurrió algo increíble. De regreso nos paramos en un restaurante y allí casi por arte de magia se nos desaparecieron todos los dólares que llevábamos. Eso nos causó preocupación porque eso incluía el dinero que íbamos a necesitar para pagar la salida que se cobraba en el aeropuerto. Nunca se supo cómo ocurrió todo, la única referencia que teníamos era que el chofer, de nacionalidad peruana, se nos ofreció para recolectar el dinero de todos y pagar el consumo en el restaurante. A partir de ahí, adiós dólares.
La preocupación cundió entre los asistentes a la Colonia, aunque ya en el Instituto, Lorena y Alberto se ocuparon de que estuviéramos tranquilos. Se acercaron a los periodistas afectados y pidieron que permanezcamos en calma, que el colega mexicano nos iba a reembolsar los dólares perdidos. Y así fue, tres días después Lorena se me acercó y me preguntó cuántos dólares había perdido y me devolvió dos veces esa suma. Lo mismo hizo con los demás colegas afectados. ¿Qué ocurrió ahí? Alberto, el periodista mexicano ya novio de Lorena, resultó ser hijo de un alto ejecutivo de Petróleos Mexicanos (PEMEX), él llamó a su padre, le explicó lo sucedido y como respuesta éste le envió un “fracatán” de dólares que utilizó para retribuirlos a los afectados.
Nos enteramos después que los dólares nos lo había sutilmente sustraído el chofer peruano, muy diligente él, que laboraba en el Instituto y que nos acompañó en el viaje a la Colonia Tovar, un pequeño, una “monería de poblado” ubicado en las montañas y que fue fundado por inmigrantes alemanes que mantuvieron allí la pureza de su raza y las costumbres alemanas.
Al término del seminario Lorena, de Venezuela, y Alberto, mexicano, ensancharon sus relaciones y efectivamente el asunto había tomado tanta profundidad que ya ellos hablaban de una relación formal y que habían decidido establecerse en matrimonio.
Tras correr la noticia, los dos se me acercaron y me comunicaron sus planes. Para mí no fue una sorpresa porque vi con cierto tiempo el amor aflorar entre ellos, como si fuera una veta de petróleo virgen que emerge de un pozo de Azua. Ellos guardaban la curiosidad y me preguntaron:
-¿Por qué el matrimonio petrolero? ¿De dónde sacaste ese término?
Le expliqué que todo fue una ocurrencia. Yo veía en ellos a una pareja encantadora y enamorada, y uno, Alberto, era de México, país productor de petróleo, y Lorena, de Venezuela, nación que vivió entonces la llamada época dorada del petróleo y de la cual obtenía extraordinarias riquezas. Una alianza matrimonial entre ambos dio lugar a lo que llamé “matrimonio petrolero”.
¡Y fueron felices!
*El autor es periodista.