Un fascinante retrato literario

Un escritor laureado —Premio Nacional de Literatura, a quien envié un PDF de mi última novela lista para su publicación, pero todavía inédita— me escribió, siete meses después, un mensaje por WhatsApp, donde decía: “Tu novela está trabajada con una trama interesante y bien desarrollada, poblada de personajes complejos y realistas, bajo el dictado de un estilo literario cautivador y una voz narrativa con giros modernos y sin precedentes”.
En la parte donde el escritor dice que la novela está “poblada de personajes complejos y realistas” me apoyo y paso a presentar pruebas escritas de mi audacia para hacer impecables retratos de personajes.
En tal sentido esta crónica tiene como objetivo básico presentar cuatro modelos para describir, a través de un retrato literario, a la protagonista de esa novela que prometo a futuro.
El retrato que tomé como punto de partida es el siguiente:
En rostro de Jacqueline era tan apetecible que a simple vista puede compararse con una seductora manzana roja en su punto exacto de maduración. El pelo negro está bien cuidado, sedoso, largo y suelto, con algunas hebras entremezcladas como un discreto ramal de relámpagos eternos entretejidos en su cabellera y que con boato enmarcan su rostro sonrosado, dándole con justicia espacio a los dos ojazos negros, pacientes y hermosos. Hay una luz reveladora, grandiosa y llamativa en la frente despejada; y, qué decir de aquel oasis para la intriga cuando la mirada alucina y queda atrapada en sus inmaculados, intensos y excitantes labios… una bendición cuando esa flor de pétalos carmesí se abre y brota una sonrisa, genuina y radiante. Las cejas negras, envidiables y naturales, bien dibujadas, dándole intensidad y vitalidad a los ojos. A juego con la imaginación, las mejillas arreboladas, de pómulos altos. El mentón pulido, alineado y tallado a golpes de martillo y cincel por las manos de un escultor de manos divinas, dándole suavidad y calidez al rostro. En su cuello tiene colgada una cadena de plata con un trébol de cuatro hojas. Sí, un bombonazo, pero el encanto de Jacqueline iba más allá de un rostro bonito. A primera vista cualquier hombre se queda sin aliento. En síntesis, ella encarnaba esa clase de sensualidad que abruma sin proponérselo y despierta el deseo.
La segunda versión del mismo retrato:
El azar es una cadena inconmensurable, tejida con eslabones fuertes y perfectos. Aquí puede estar una mujer con otro nombre, actriz, llena de sueños, que busca con desesperación una oportunidad en el cine.
Una mujer de ojazos negros, la frente despejada, los labios inmaculados, intensos y excitantes, el pelo negro, largo y suelto, con algunas hebras entremezcladas como un discreto ramal de relámpagos eternos, entretejidos en su cabellera y que enmarca su rostro sonrosado, las mejillas arreboladas, de pómulos altos, el mentón tallado con gracia de escultor. Aquí está, luego de una larga espera. A mi lado, invitada con antelación para desayunar conmigo.
La tercera versión del retrato resulta más indirecta y elaborada; y dice:
¿De qué forma el escritor, de acuerdo a su oficio, habría hecho un retrato hablado de Jacqueline? ¿En qué parte de su rostro se detendría con el fin de poder describir y humanizar, minuciosamente, cada detalle? A mí me atraen poderosamente los ojazos negros de ella; y él, ¿qué piensa de sus labios? Ante sus ojos, mirándolos fijamente, ¿cómo los definiría? ¿Cuál es la virtud que destaca con mayor énfasis su amplia gama de emociones? ¿Podrá coincidir conmigo y ver que su mentón está hecho a golpes de martillo y cincel? Sí. Trabajado de manera meticulosa, con sensualidad y maestría por un escultor de manos divinas. ¿Qué impacto le produjo el conjunto de los detalles que confluyen en su rostro? El escritor, ¿acaso se dio cuenta que el rostro de ella es una apetecible y seductora manzana roja en su punto exacto de maduración? ¿Quién puede pasar por alto el esplendor de su pelo negro, bien cuidado, sedoso, largo y suelto, con algunas hebras entremezcladas como un discreto ramal de relámpagos entretejidos en su cabellera? ¿Y qué sigue? Un rostro sonrosado, la frente luminosa y despejada, los labios inmaculados, intensos y excitantes, las mejillas arreboladas, de pómulos altos.
Ahora paso a la cuarta y última variación:
Ese día Jacqueline trabajaba en su programa de variedades; y un hombre, con pasos resueltos, se le acerca y la abordó cinco minutos antes de que saliera su rostro al aire. ¿Qué llamó su atención? De entrada, su belleza. Tú la conoces… un bombonazo. Jacqueline tiene un rostro apetecible, como una manzana roja en su punto exacto de maduración. El día que aquel magnate del cine la vio tenía una reluciente cadena de plata con un trébol de cuatro hojas colgada en el cuello. El pelo negro, bien cuidado, sedoso, largo y suelto, con algunas hebras entremezcladas como un discreto ramal de relámpagos entretejidos en su cabellera y que enmarcaba su rostro sonrosado. De entrada, cuando la vio quedó prendado de sus dos ojazos negros, pacientes y hermosos.
No necesitó ver más, pero el rostro de Jacqueline es un todo alucinante. ¿Y se tomó su tiempo para ver que tiene la frente luminosa y despejada? Claro, sin perder de vista la energía y sensualidad concentrada en los labios inmaculados, intensos y excitantes, las mejillas arreboladas, de pómulos altos, el mentón tallado con gracia de escultor; y el remate brutal: las cejas negras, naturales y bien delineadas. En el escenario, sentada, frente a las cámaras y bajo los reflectores, nadie se puede imaginar los inquietantes atributos de su cuerpo espigado, con una solidez dibujada bajo el vestido, sin fisuras.
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Rafael García Romero
Rafael García Romero. Novelista, ensayista, periodista. Tiene 18 libros publicados y es un escritor cuya trayectoria está marcada por una audaz singularidad narrativa, reconocido como uno de los pilares esenciales de la literatura dominicana contemporánea. Premio Nacional de Cuento Julio Vega ...