Un esperanzador cambio de ruta

Un esperanzador cambio de ruta

Un  esperanzador cambio de ruta

Roberto Marcallé Abreu

Cuando se medita en la realidad recién pasada de la República Dominicana en la que muchos nos esforzamos por dejar atrás, nos viene a la mente la imagen de Dorian Gray, aquel personaje extraño y desconcertante creado por el reconocido escritor inglés Oscar Wilde.

Nadie conocía el secreto de este individuo cuyo aspecto exuberante parecía desdeñar el paso del tiempo. Solo que en los penumbrosos y húmedos sótanos del castillo, un retrato, pintado por un ser endemoniado, acogía en su rostro y su cuerpo todas las maldades, perversidades y llagas purulentas de una forma de vida viciosa y cruel.

Quien observa con detenimiento la imagen que se nos vendía y aún se nos vende sobre la situación de la República Dominicana en la promoción difundida por los medios electrónicos puede que se llene de asombro y desconcierto.

Edificios multicolores, que estimulan la imaginación. Hogares desbordados de amor y satisfacción. Playas de arena blanca y fina. Ambientes de intenso verdor y nubes muy blancas que se desplazan con majestuosa calma bajo un cielo maravillosamente azul.
Sonrisas, brindis, juegos, diversiones, alegría. Progreso por doquier y una población satisfecha.

Ese era el paraíso promocional e imaginario edificado por quienes fueron desalojados del poder hace apenas dos meses. Una fabulosa y peregrina imagen de desarrollo y progreso.

¿Alguien recuerda lo ocurrido durante los primeros días de la pandemia, en plena campaña electoral, cuando el candidato del oficialismo recibía alborozado a dominicanos varados en distintos países que eran rescatados por sus flotillas de aviones ultramodernos?

¿Recuerda usted las filas de camiones, los grupos de hombres y mujeres que se desplazaban en la noche con fundas cargadas de alimentos en supuesto respaldo de personas desamparadas por el estado de cosas provocado por la pandemia?
Solo que tras la derrota del partido oficial estas imágenes se transformaron en humo y cenizas.

Propaganda, mentira. Corrupción, caos, desorden administrativo: Este es el país que ha heredado la presente administración. Un país devastado en todos los órdenes.
La verdad aflora.

Días atrás, un grupo de contratistas suplicó al presidente “evitar nuevos suicidios”. “Se nos deben dos mil 500 millones de pesos por la terminación de 56 hospitales”, alegan. A su vez, Altagracia Ortiz nos advierte que el dengue y la leptopirosis provocan decenas de muertes. Participación Ciudadana ofreció números escalofriantes sobre los gastos de publicidad de las empresas eléctricas que ascendieron a 585 millones hasta octubre del 2019.

Punta Catalina: los gastos para su construcción subieron de mil 945 a dos mil 454 millones de dólares. La crisis social y de convivencia alcanzó niveles escandalosos. Un informe de Margarita Cordero indica que 23 mujeres adultas y cuatro menores perdieron la vida durante los primeros meses del año.

Como desechos de un ejercicio judicial corrompido hasta la médula, han quedado en evidencia las maniobras ejecutadas desde la Procuraduría del gobierno anterior para ocultar o impedir que graves delitos de corrupción pudieran ser sancionados.

José Luis Taveras, al referirse a estas “oscuras manifestaciones”, dijo que “en el gobierno de Medina no solo hubo un cúmulo desatendido de casos de corrupción; también predominó un cartel de contrataciones públicas dirigido por un monopolio de intereses.

Para facilitar su accionar, Medina desactivó los sensores de control y fiscalización del Estado. Se inhabilitaron la Cámara de Cuentas y la dirección General de Contrataciones Públicas”.



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