Un discurso político

Un discurso político

Un discurso político

El discurso del presidente Luis Abinader, contrario a lo que algunos creyeron, no respondía a ningún mandato de la ley ni estaba sujeto a formalidad alguna.

Fue una iniciativa política y nada más.

Pudo haberse pasado todo el mes de agosto sin hablar de ninguno de los grandes o pequeños temas de la administración pública en sentido general o de la que le corresponde.

Si rindió cuentas de sus primeros dos años al frente del Gobierno, fue por su elección; si no lo hizo, también.
Y como se trató de una decisión política del presidente, parece entendible que sea de este campo de donde hayan salido las críticas más agrias y abundantes, un hecho que debe de estar dándole una gran satisfacción, porque el haberse dirigido a la comunidad política y que esta no se enterara, para bien ni para mal, hubiera sido penoso.

El presidente Abinader, en realidad, no le rendía cuentas a nadie cuando decidió irse al “Monumento” de Santiago para hablarle al país el 16 de agosto.

¿Por qué el 16 de agosto? Porque hace dos años juró como presidente de la República, un privilegio por el que se sintió movido a celebrarlo hablándole al soberano. ¿Por qué desde Santiago? Porque dentro de dos años hay elecciones.

En el artículo 128 de la Constitución, de las atribuciones del Presidente, numeral 2, letra f, vemos que debe depositar ante el Congreso, el 27 de febrero de cada año al iniciarse la primera legislatura ordinaria, las memorias de los ministerios y rendir cuentas de los últimos doce meses de la administración.

Nada dice la Carta Sustantiva acerca de la forma de esta rendición de cuentas. ¿Debe de hacerlo de forma oral o escrita? La costumbre muestra a los presidentes en largas peroratas, pero si un día alguno decide saltársela, sus efectos se harán sentir apenas en la opinión pública.



El Día

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