La presencia de haitianos en cualquier parte del país es un hecho verificable con sólo salir de los grandes centros urbanos, en los que se les puede encontrar haciendo cualquier cosa, desde la venta de artículos variados en los semáforos, empujando un triciclo, en el servicio del concho o en obras de construcción.
Para algunos son tantos que pueden ser contados por millones, pero ninguna cifra oficial alcanza siete dígitos hasta hoy.
Con la finalidad de ponerle remedio a esta presencia masiva de extranjeros al margen de los requisitos de la Ley de Migración, que regula su legalidad, fue anunciada recientemente una operación de repatriación con la que se pretende poner de regreso en su país a unos diez mil haitianos cada semana.
Concomitante, sin embargo, ha aumentado en el entorno fronterizo el número de detenciones de dominicanos, entre ellos miembros de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, dedicados al tráfico de haitianos hacia el país.
Por lo visto era este el punto por el que debió de haber empezado el esfuerzo para poner control a la inmigración desmedida.
Devolverlos a su país sin ponerle remedio al tráfico de personas sólo sirve para alimentar el negocio de muchos haitianos y de muchos malos dominicanos.
Según el testimonio de uno, uno sólo, cruzar la frontera y ser puesto en la capital dominicana le costó el equivalente de 16 mil pesos.
Es, por lo visto, un riesgo lucrativo en el que deben de estar involucrados traficantes, transportistas y autoridades, o de lo contrario un oficial militar o policial evitaría exponerse a las consecuencias, si es que las hay.
Al Gobierno dominicano le puede resultar imposible ponerle remedio a la parte del tráfico de personas que tiene lugar al otro lado de la frontera. Al que tiene lugar de este lado, en cambio, es un deber perseguirlo y castigarlo.