Como en muchas otras comunidades del país, a los vecinos o parroquianos los empuja el hábito a reunirse en centros de diversión en los que cuentan con espacios abiertos, o al aire libre, para pasar unas cuantas horas a veces dedicadas a la bebida y la música.
Ocurrió la madrugada del domingo en una comunidad de Azua, pero también ha sucedido en calles de poco tráfico del Gran Santo Domingo, donde es posible encontrarse en cualquier día con una mesa de dominó que ocupa la acera y en ocasiones parte de la calzada.
En todos los casos el grupo de amigos, o la multitud reunida al calor de un festejo, se expone a ser embestido por un vehículo de motor conducido con temeridad o afectado por falla mecánica.
En esta ocasión ha ocurrido en Bastida, de Azua, con un saldo trágico de muertos y heridos, lo que siempre es de lamentar.
Decir hoy que deben ser valorados los riesgos de formar una multitud junto a la vía pública no le evitará el dolor a las familias de las víctimas ni los traumas a los llevados a los hospitales de Azua y de San Juan, particularmente porque para los días de la Navidad, que está a la vuelta de unos meses, serán pocos los que recuerden este suceso.
En cambio, las autoridades locales y las nacionales no deben olvidarlo, como de seguro ocurrirá pronto en el país, excepto en Bastida y en los hogares y familias lacerados por una pérdida, por una lesión pasajera o un daño permanente.
No es posible que la gente se reúna junto a la vía pública y nadie esté en las condiciones de valorar los riesgos. Si ocurre con ocupación del espacio público el no hacer nada es inexcusable, porque no hay que un pesimista para advertir lo que puede suceder.
La regulación es un mandato y es un deber indelegable.