En estos tiempos de tanta violencia doméstica me parece oportuno repetir este cuento que publiqué en esta misma columna cuando la misma aparecía en el Listín Diario, en 1999:
Un día la mujer, preocupada, le dijo al hombre: Oye, creo que deberías hablar con nuestro hijo. Lo noto díscolo, voluntarioso, irritable.
El hombre contestó, sin dejar de hacer lo que estaba haciendo: Tú siempre estás viendo fantasmas donde no los hay. Siempre estás exagerando. A nuestro hijo no le pasa nada.
No insistió la mujer-, este muchacho quiere hacer lo que le da la gana. No obedece y se ha vuelto muy violento. Es necesario que hables con él, que lo corrijas y lo orientes.
Vamos, vamos respondió con displicencia el hombre-. No les des tanta importancia a esas cosas. Tú sabes cómo son los muchachos. Los castiga uno y a veces sale peor. Se rebelan, a lo mejor hasta un trauma les puedes provocar. Déjalo solo. Estas son etapas, ya cambiará. Además, en estos días estoy muy ocupado. Ando lleno de cosas en el trabajo.
Así dijo el hombre.
Y no habló con su hijo, Caín.