En los deportes como en cualquier otra actividad existen fechas, momentos y acontecimientos que resultan imborrables, inolvidables, por la trascendencia de los mismos.
En el aspecto político, solo se habla en estos días de las primarias del próximo día 6, que ojalá haya pocos lesionados de gravedad, aunque las emergencias se preparan para lo peor.
Pero quiero referirme específicamente a un acontecimiento que marcó el boxeo profesional, en especial el latinoamericano, hace unos 20 años.
El enfrentamiento entre méxico-estadounidense Oscar de la Hoya y el puertorriqueño Héctor -Tito- Trinidad dejó una huella imborrable en todo el mundo.
Las apuestas estaban a favor de De la Hoya, invicto en 31 combates, al tiempo que contaba con el respaldo de las grandes cadenas de televisión que en 1999 dominaban el negocio.
Tito era también muy popular, por las excelentes peleas efectuadas, pero nunca alcanzaba, ni nunca lo logró, la dimensión de Oscar, conocido como “el Niño de Oro”.
Esos dos colosos de la división de las 147 libras libraron una pelea de tal envergadura que nadie quedó satisfecho con el resultado que dictaminaron los tres jueces actuantes.
Todo parecía que se daría un empate, como un resultado salomónico que dejara satisfechas a ambas partes, pero no ocurrió así, dado que las tarjetas se inclinaron por decisión dividida a favor de Trinidad (114-114, 115-113, 115-114).
Tras 20 años de ese acontecimiento, hoy los amantes del boxeo todavía tienen presente en la mente un enfrentamiento que dejó huellas imborrables, por su indiscutible calidad.